Santiago Velo de Antelo ha escrito para Homo Legens un libro formidable y desordenado. Se titula "La Virgen que veneró Juan Pablo II". El autor aporta un sinfín de datos pero los expone a voleo. Es un libro apasionante pero inconsistente. Es decir, que es una obra de imprescindible lectura aunque exige leerla con atención.

La historia es sencilla, como todo lo que es grande. Una pequeña escultura de Santa María de la Paz, la Virgen de Medjugorje, es adquirida por una familia de Civitavecchia, la rojísima ciudad de la periferia romana. Un buen día (1995), la imagen llora sangre, sangre humana.

A partir de ahí, se suceden los acontecimientos habituales ante una aparición mariana: incredulidad, en primer lugar de la jerarquía eclesiástica. Y conste que hace bien, en tiempos de miedo colectivo ante el futuro pululan más visionarios que videntes y tantos estafadores como adoradores. Luego del ateísmo científico, aquéllos que no creen lo que ven porque su prejuicio no les permite aceptar la realidad y que generalmente, acaban en locos como todo aquel que no cree en la realidad.

Las lacrimaciones de Civitavecchia han sido probadas por todos los medios, científicos, policiales y judiciales. Especialmente por la justicia italiana, que decidió secuestrar la imagen de la Virgen, supongo que porque había peligro de fuga ¿Qué más da? No hay peor sordo que el que no quiere oír. Y respecto a los mensajes de la Corredentora… pues insisten una y otra vez en lo mismo de todas las apariciones del último siglo: estamos en un final de ciclo y el tiempo de la misericordia se acaba para dar lugar a la era de la justicia divina. O conversión o justicia: lo normal.

Respecto a la segunda venida de Jesucristo -dogma de fe católica, inserto en las palabras del credo "y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos"-, no conviene obsesionarse. Sí, todo indica que algo va a ocurrir, entre otras cosas porque la vasija de gas putrefacto está más que llena, rebosa, y lo más lógico es un estallido. Y entonces, ¿qué debe hacer el cristiano? Pues lo mismo de siempre: conversión y santificación y superar el miedo a costa de confiar en Dios. Dicho de otra forma: si supiera que el fin del mundo, o el juicio de las naciones, fuera a suceder mañana, ¿qué haría hoy? Lo de siempre: disfrutar de la vida como sólo puede disfrutar quien vive su fe en Cristo.

Probablemente, el mensaje más claro de esta historia sea el de siempre: resulta que al Padre Eterno poco le importa demostrar su mensaje: le basta con mostrarlo. No quiere que el hombre certifique su presencia porque el hombre no puede certificar nada. Lo que el hombre debe hacer es abandonarse en sus manos. Por eso se muestra donde menos se le espera y ante quien menos se espera. Estamos hablando de un Dios que juega con el hombre, un verdadero crío ante él. Y los niños no aprenden estudiando, sino amando. Sólo los adultos se empeñan en demostrar lo que nunca podrán demostrar.

Otro consejo para los milenaristas es que, si del fin del nuestra era hablamos, reparen más en el Evangelio -especialmente en el capítulo 24 de San Mateo- que en ningún otro texto del canon o en revelaciones privadas. Y reparen, también, en la frase (Lucas, 18, 8) que a mí, personalmente, me lleva a concluir que sí estamos en esa fase final: "Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre esta tierra?".

Sí, la encontrará pero lo cierto es que el cristianismo se ha convertido en una religión minoritaria incluso en países cristianos. Si se me obliga a resumir periodísticamente la situación –un acto de tortura, totalmente inconstitucional-diría que la fe, mejor, la caridad cristiana, es obra de pocos pero que esos pocos apuntan a una mayor consistencia que la de dos siglos.

¿Estamos en puertas? Quizás. Pero, por eso mismo, se trata de vivir lo extraordinario en lo cotidiano.