Tuve la mala suerte de disfrutar con Los chicos del coro, justo 24 horas antes de soportar la Gala de los Premios Goya. Mi desconfianza hacia el cine francés era, hace pocos años, comparable hacia la que sentía por el cine argentino o el español. Esa horrible sensación de que alguien hacía películas, no para mí, el espectador, sino para su propio lucimiento. La misma sensación de cuando en los años setenta del pasado siglo se puso de moda el realismo, y se consideraba que la literatura llamada de ficción (¿de qué otra cosa puede ser la literatura?), de evasión, o simplemente la literatura fantástica, eran puro escapismo ante los graves problemas sociales (otro eufemismo : los problemas sociales no existen, lo único que existe son muchos problemas personales, de los que se cuentan de uno en uno) que nos asolan.

Los chicos del coro es una de esas películas de las que sales contento de la sala, como diciéndote: la vida merece la pena. El autor (¡Cielo Santo, si es francés!) es uno de esos tipos que no se ha propuesto contarte su vida ni aún cuando incurre en autobiografía, una falta inevitable en los creadores, sino que ha decidido contarte algo bueno de alguien, darte una esperanza para vivir, con una historia preciosa, dulce, dura (no hay otra dulzura que la que procede de la fortaleza). Una historia de alguien que tiene claro la única elección vital: o se vive para los demás o se vive para uno mismo. Sólo por el primer camino se puede ser feliz. Ya saben: Quien busque salvar su vida la perderá.

Por todo ello, comprenderán ustedes que contemplar, apenas 24 horas después la Gala de los Goya, o la gran fiesta del cine español, no resulte muy reconfortante. De entrada, pensar que Mar adentro ha ganado 14 estatuillas, y que este mismo adefesio español va a competir con Los chicos del coro por el reconocimiento internacional de los Oscar, es muy duro, oiga, es durísimo. ¿Qué me importa la perfección técnica de Amenábar, si estamos hablando de un panfleto oportunista, mentiroso, retorcido, amargante, desesperado, plano, muerto? Los chicos del Coro, esos sí que me cuentan algo, ese director sí que está al servicio del público, y no como Amenábar y su troupe, y la casi totalidad del cine español, que se sirve de ese público como depositario de su propia desesperanza, más que nada para ahorrarse una sesión de psicólogo.

Hablo de personaje y hablo de personas. El maestro de Los chicos del coro encuentra la felicidad porque está pendiente de sus alumnos; Ramón Sampedro estaba pendiente de sí mismo, y con tal de ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro, fue capaz de ingerir cianuro, y Amenábar, que por el momento no tiene intención de tomarse el cianuro, porque tiene quien le admire, decide contar tan plúmbea historia con el talento técnico que posee. Es igual, unos y otros, así como todo el elenco de Mar adentro, se miraba y se mira el ombligo. Los chicos del coro se abrían a los demás. Por eso, Los chicos del coro, que tenía todas las papeletas para acabar en cursilería (con decirles que la acción trascurre en un orfanato), es una película fuerte como la alegría, mientras que Mar adentro es una historia que parte del drama para caer en la cursilería de la afectación trágica.   

Yo creo que Belén Rueda fue quien más claro lo explicó. Como la oratoria  no es lo suyo, la galardonada advirtió que si aquello (no quedó claro si su alocución o el conjunto de la ceremonia) resultaba aburrido para los espectadores, lo sentía mucho porque era muy importante para nosotros. No lo dudamos, nadie pone en duda que para Belén Rueda, Javier Bardem, Alejandro Amenábar y demás hacedores de la mentira Sampedro sea muy importante ser premiados, aplaudidos y piropeados, pero el mundo del espectáculo redefine por el receptor, no por el emisor. El público nunca puede ser una excusa para agrandar el ego del actor. Bueno, quiero decir que no debería serlo.

Pero lo más grave es que toda la ceremonia de los Goya resultó como Mar adentro y el caso Ramón Sampedro : una gran mentira. Es el espejismo del consenso : Mar adentro se llevó 14 Goyas , que es lo que podríamos calificar como mayoría búlgara. RTVE, es decir, el Gobierno, transmitió la Gala pero, sobre todo, la mimó. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y la ministra de Cultura, Carmen Calvo, estuvieron presentes para honrar a Amenábar, por la sencilla razón de que Amenábar apoya su tesis ideológica progre acerca del suicidio. Días antes, la ministra de Cultura y el presidente del Gobierno se negaron a asistir a los Premios de la Crítica por la sencilla razón de que no son de los nuestros, a pesar del importante lobby homosexual que pulula por la crítica de cine español. Pese a ello, los críticos premiaron a Héctor y no a Mar adentro. Y por ello, la televisión pública española decidió condenar el acto. Ahora, mismo, el poder público no está con Gracia Querejeta sino con Amenábar: homosexual y eutanásic ¿Se puede pedir más?

Siempre he dicho que no temo las conspiraciones pero sí los consensos, entre otras cosas porque el consenso suele ser hijo de la desinformación o de la manipulación que no deja huellas, la manipulación informativa. Lo de los Goya y Mar adentro ha sido un consenso, un consenso búlgaro.

Y a todo esto, ¿qué piensa el pueblo, el único capaz de crear consensos democráticos? Pues, es verdad que Mar adentro, gracias a la campaña de promoción creada por el Sistema, ha sido la película más vista, pero también lo es que a los españoles no les gusta el cine español, que pierde de un año a otro el favor del público. Pero la progresía nunca tiene tiempo para la autocrítica, sólo para contarnos su vida y pedirnos nuestro dinero. Porque esa es otra, el único apartado simpático de la Ceremonia ocurrió cuando los muñecos de Canal Plus escenificaron a la ministra de Cultura, escandalizada porque alguien pudiera creer que los creadores son gente preocupada por el vil metal o las subvenciones. Nada más baboso que un creador, un intelectual o un académico pidiendo una subvención al ministro o al empresario. Así, doña Mercedes Sampietro, intelectual además de actriz, presidenta de la Academia de Cine, la misma que colaboró en el show mediático contra la guerra de Iraq que le montaron en su día a José María Aznar, saludó, siempre servil, a Rodríguez Zapatero, dirigiéndose a él como presidente. Su papel de tiralevitas tomó apariencia viscosa cuando Sampietro aportó su óbolo a la solución de la dificilísima situación iraquí, hablando de la guerra preventiva, justo el día en el que los iraquíes se jugaban la vida en su país por el simple hecho de ir a votar. Porque, para los chicos del cine español, lo de menos es que Iraq se democratice, lo que importa es que Bush quede en ridículo. Por lo demás, como todo famoso metido a analista político, Sampietro olvidó el pequeño detalle de que es el Tratado Constitucional Europeo, tan querido por el señor presidente, el que abre las puertas a la guerra preventiva.

Todos sabemos que el cine español está, no con la izquierda (como buenos señoritos odian a la izquierda clásica, odian al obrero del mono), sino con la progresía del PSOE (que también odia al obrero del mono). Pero no hace falta derramar la mermelada por encima de la mesa, señora Sampietro. Entre tanto, Mr. Bean sonreía.

Por cierto, la culpa de que el pueblo español dé la espalda al cine español no la tiene la falta de talento de nuestros directores, guionistas y actores, ni su inconmensurable vanidad, sino... la piratería. 

Dicen que en la Corte española ya no existen cortesanos. Yo creo que sí. Lo que ocurre es que la Corte ya no está en Zarzuela, sino en Moncloa. Y la Corte de la Presidencia del Gobierno, los mayores pelotas del Reino, están en el cine español, ese que aburre a los españoles pero que ha sido la partida de los Presupuestos Generales del Estado que ha experimentado una mayor subida en 2005. Es la nueva Corte del Rey Zapatero, y sus cortesanos están en la Academia de Cine español. Ergo, como buen patriota, manifiesto públicamente mi deseo de que Los niños del coro se lleve el Oscar. Es de justicia.

Eulogio López