Hace tiempo que he renunciado a explicar en qué consiste la especulación financiera. Me ocurre lo mismo que a San Agustín con el tiempo: si no me preguntan lo que es, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé.

Pero me temo que hay que seguir hablando. Esta crisis económica, crisis de fin de ciclo, la madre de todas las crisis de la modernidad (un periodo que se extiende, en ciclo ancho, desde el amigo Descartes hasta hoy), se puede resumir así: un crecimiento exponencial del dinero en circulación. El dinero es un instrumento de cambio, si creas demasiado dinero cada vez, no sólo el trabajo, sino también los bienes y productos, así como el mismo capital, cada vez vale menos.

Por eso vivimos en crisis permanente y por eso cuando salimos de la crisis es porque nos espera otra mayor, con una sociedad que, vista desde fuera, por ejemplo, desde Marte, da cada vez más risa: todo el mundo le debe dinero a todos el mundo; todo el mundo -familias, empresas y países- está ahogado por todas las deudas con todo el mundo. Lo único que podría salvarnos es un jubileo.

La era de la especulación comenzó con el Estado Servil -ganancia de productividad a costa de los salarios cada vez más bajos- y se disparó cuando terminamos con el patrón oro. Antes de su desaparición, cuando venía una dificultad económica tocaba trabajar más y consumir menos. Era duro, pero salíamos del agujero enseguida. Pero ahora revivimos el mito de Sísifo: más austeridad para… vivir peor. Ahora lo único que se le ocurre a los sabios de la economía es producir más dinero, aumentar la masa monetaria. Con razón en la edad media ahorcaban al fabricante ilegal de moneda o instrumentos de cambio. Estos tipos sabían lo que hacían.

Y esto sirve para la gestión de economías domésticas, corporativas o nacionales. Y hasta internacionales. Por ejemplo, la inefable Christine Lagarde directora del FMI, ha pedido a los bancos que se capitalicen más. Esto es genial. Con el capital se inicia un banco pero no debe terminarse en el capital. La receta de esta musa del capitalismo mundial consiste en que si un banco pierde lo que tienes que hacer es cubrir las pérdidas con capital.

De esta manera, podrás perder más capital y crear nuevas pérdidas que rellenarás a su vez con más capital. En lugar de pensar que si un banco pierde es porque está mal hecho, y cerrarlo y abrir otro bien hecho, nos dice que no: los bancos son inmortales y las instituciones deben sobrevivir a las personas -otra imbecilidad modernista muy acrisolada-. Es el círculo de la vida, que dicen los panteístas -entre ellos el Rey León- que consiste, no ya en tropezar dos veces en la misma piedra, sino en aherrojarnos en un círculo eterno de guijarros.

¿Crisis Emite dinero. ¿Crisis aún más gorda Emite mucho más dinero. ¿Hasta cuándo Hasta el estallido final o hasta que recuperemos la razón. Mientras tanto, la sociedad pirómana sigue fabricando dinero y devaluando los bienes de la humanidad. A eso se le llama convertir el viejo y despreciable vicio de la codicia en mandamiento primero.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com