El pueblo soy yo, aseguran los carteles que cuelgan en la calles de Caracas. Naturalmente, la foto que acompaña es la del caudillo Hugo Chávez.

El significado último de la frase consiste en que el pueblo no es él, sino quien él decida. Y es sabido que la soberanía reside en el pueblo.

La deriva totalitaria de Chávez no es ningún secreto para nadie. Ante el bolivariano, sólo le queda una salida: la guerra. Con quien sea, por ejemplo con Colombia. Porque el pueblo de verdad puede aguantarlo todo, menos el hambre. Y en la riquísima Venezuela se empieza a pasar hambre.

Lo de menos es lo que sufren las empresas españolas en el país: lo de más es el hambre.

Ahora bien, el mayor apoyo internacional con el que ha contado el chavismo es el Zapatismo. Cuando el PSOE vuelve al poder en 2004 envió al peligroso embajador español Rául Morodo a Venezuela. Tres años largos como embajador sirvieron para hermanar la democracia española con la tiranía bolivariana y hacer presentable al tirano Chávez en Europa. Morodo juzgó un papel fundamental, y los viajes de José Bono como ministro de Defensa, y el mismo con el que Moratinos y el propio ZP han tratado al dictador caribeño nos convierte en co-responsables de lo que suceda.

Un papel poco agradable.

Eulogio López

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