No nos engañemos, desde el 11-M de 2004, el fundamentalismo islámico ha dejado en paz a España por la sencilla razón de que constituíamos el mejor ejemplo del poder del terrorismo : doblegar a una sociedad. El 11-M, en Madrid, a costa de la vida de 192 inocentes, Ben Laden obtuvo su más clamoroso éxito : consiguió cambiar un Gobierno, situar en la Presidencia a un presidente dócil, una triste marioneta que se pliega a las exigencias del matón, en este caso del matón musulmán.

Estados Unidos, Reino Unido y Australia, a pesar del enorme error de la guerra iraquí, de la sangrienta aberración del ataque norteamericano contra Sadam Husein, el electorado norteamericano ratificó a Bush y el electorado inglés a Tony Blair. En España sucedió lo contrario : cundió el miedo, el síndrome de Estocolmo y la cesión hasta en las reclamaciones no exigidas. Y, como siempre hacen los terroristas, y sus ancestros, los mafiosos, al que paga el impuesto revolucionario se le cuida con mimo.

Ahora que Ben Laden ha reivindicado los atentados del 7-J en Londres, y que Italia sigue convencida de que es la siguiente, en los medios de seguridad españoles se empiezan a abrir a la idea de que Al-Andalus vuelve a estar en el centro de mira. Hace ya dos décadas que el panarabismo ha resucitado; ese panarabismo, que no tiene por qué llegar a las armas, considera que la nueva Guerra Santa es la invasión pacífica de Europa, empezando por el territorio que consideran fue suyo : España. Y, como buen chantaje, el asunto parece no tener fin: por ejemplo, la próxima cesión seria la de Ceuta y Melilla, ciudades por cuyo futuro Zapatero no se jugaría su futuro político. Y esa es otra de las condiciones del panarabismo : cuando está en minoría, habla de diálogo, cuando se siente lo suficientemente fuerte, el diálogo y la tolerancia desaparecen, Pues bien, los marroquíes ya se sienten lo suficientemente fuertes en las dos plazas africanas.

Eulogio López