Desde mi condición de sacerdote católico, me dirijo a ti, llamándote si estás bautizado- hermano y si no, o has apostatado de tu fe, como simple persona, para decirte una palabra distinta a la que estás acostumbrado a oír en el ambiente que ha transcurrido tu vida. Tu nombre, tu persona, y tu foto en situación de deterioro físico, sujeto a la cama del hospital, por decisión tuya de acceder a la huelga de hambre hasta el final o hasta que te pongan en libertad, ha dado ya la vuelta al mundo.

Eres sujeto de controversia entre grupos, facciones e ideologías contrapuestas. Alguien espera tu desenlace para exaltarte como héroe, bandera y hasta justificar una reacción de imprevisibles consecuencias. No entro en el ámbito político, ni tampoco en erigirme juez de tu conducta. Sólo Dios es el juez único, universal e inapelable de los hombres.

Todo, mientras vivimos, es mudable, pasajero y hasta discutible. Sólo al morir tocamos todos lo inmutable y lo definitivo.

Los que nos consideramos cristianos- seguidores de Cristo- que murió injustamente crucificado y tratado como un criminal, creemos que la vida-don de Dios- es el valor supremo que tenemos todos y que mientras hay vida hay esperanza de salvación para cualquier persona por mala que haya sido.

Al lado de Jesús, nos dice el Evangelio, crucificaron a dos facinerosos. Uno blasfemaba y se rebelaba maldiciendo su suerte. El otro- un tal Dimas- viendo el ejemplo admirable de Jesús, confesó su fe en Cristo, reconoció su culpabilidad, pidió perdón y con una sola frase obtuvo su salvación eterna.Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Estás muy a tiempo, de Juana, para rehacer tu vida para siempre. Te deseo que al dejar esta vida terrena, más tarde o más pronto como los demás mortales, tengas la ocasión de arrepentirte- como todos- del mal que hayas hecho en tu vida.

Rezaré por ti y tu salvación eterna que es lo verdaderamente importante y definitivo.

Miguel Rivilla San Martín

miriv@arrakis.es