Sra. ministra:
Pertenezco, con orgullo, a una familia cristiana y militar. Aprendí de forma natural y espontánea las virtudes militares,  como el honor, la lealtad, el amor a la Patria, la satisfacción del deber cumplido, el espíritu de servicio, el esfuerzo y el sacrificio.

 

No he conocido ni un solo militar que no viva las actitudes exteriores, como reflejo de una vida interior, caldeada en un sentido trascendental de la vida.

La virtud más eminente de un militar es "hacer sencillamente aquello que debe hacer", sin darle importancia aparente, pues como me enseñaron en casa, muchas cosas grandes, dependen de que tú hagas sencillamente bien tus cosas pequeñas. Este espíritu de servicio, en el más estricto cumplimiento del deber, se nutre de ideales y no de falsos mitos. Ideales que dignifican, que ilusionan, que engrandecen el alma "La muerte no es el final del camino"..."Por la Patria, su sangre derramar"..."vencer o morir por defender la noble España...por su honor" o tantas marchas que ensalzan su bravura y aligeran el sacrificio.

Y para que la voluntad no flaquee, aprendí que sólo Dios puede acreditar una renuncia tan generosa, sólo Él infunde la virtud precisa, para que los hombros de nuestros militares sean anchos en locura de Amor, a  la Patria, a Dios y a los demás.

Negar todo esto y desligarlo de las creencias más profundas, es cercenar el amor a la Patria y vaciar de contenido una auténtica vocación.

Marta Carmona Soriano