Sr. Director:

En contraposición al acto fabuloso de nacer, con el cual la naturaleza muestra su deseo de regeneración de los seres humanos en la Tierra, tenemos el hecho lamentable de caer en la intransigencia deplorable.

Con la cual estos individuos no son capaces de integrarse en un espacio de convivencia, concebido para subsistir en el tiempo, que esa misma naturaleza marque a cada cual por sí misma y no por acelerar el proceso de hacer desaparecer por conveniencia a aquellos con los que demuestra un trastorno definido como personalidad antisocial o sociópata.

La vida se está volviendo un don venido a menos, un súbito momento de subsistencia lastrado por colectivos antisociales depravados. Los objetivos puramente económicos confluyen con un entorno reservado a una especie determinada, un concepto de tomar como propio el tiempo y la forma de compartir proyectos catalogados como supremos por las élites que se reserven ese privilegio. La vida se convierte en un imprevisto, en una variedad de estar por connivencia con otros seres de la misma categoría o como un inédito futuro de un mañana posible.

La historia siempre se ha valido del arte por dignificar las conquistas del ser humano más que por el hecho de mantener los valores del mismo. Una historia que se ha escrito con el sufrimiento de los débiles y la magnificencia de los poderosos nunca para de añadir nuevos episodios a su ya dilatada colección de tomos de los que nada hemos aprendido. La lamentable situación por la que pasan desde hace décadas el pueblo palestino y los israelitas salpican de sangre los titulares de los diarios que escriben los fascículos de la historia. Los niños sufren el trastorno de un dilema difícil de solucionar sin la ayuda y la presteza de los interesados en ello, esos que mantienen intacta su fortaleza para destruir las barreras de la insolidaridad mientras los juegos se manchan con la sangre de los inocentes.

El ser humano nace del mismo modo, pero por el contrario, vive de manera diferente, de ahí las desigualdades sociales, los derechos divididos o inexistentes y la avaricia por encima de la dignidad. Son malos los tiempos para vivir sin miedo, catapultados a la barbarie continua provocada en cualquier parte del mundo por una desavenencia mal interpretada o carente de recursos a las que aquellos que se forjan como colectivos poderosos nada hacen por erradicar. De una simple chispa se provoca un incendio que está quemando la vida, que está asolando los campos en los que todos tenemos nuestro espacio reservado para vivir en él como seres civilizados y provistos de racionalidad y con esa misma mecha se está quemando la parte que menos interesa a los capitalismos avariciosos.

Si no hay minas para explotar, se explosiona la civilización existente en la zona poco a poco, en silencio, para que nadie se lleve las manos a la cabeza con imágenes llenas de irracionalidad y tan sólo manejan el entorno de la zona para salvaguardar los posibles intereses del futuro. Cuando el combustible no se puede extraer o simplemente no existe, los campos logran mantenerse verdes hasta que la explotación se vuelve contra ellos y el consumidor de turno otea en la zona para ver el grosor de su madera, del que sacarán el provecho presumido por una pírrica inversión.

Lo ilógico se ha convertido en una constante, los países se muestran cada vez menos solidarios con las zonas afectadas por combates interminables y se alejan de la posibilidad de acabar con está obsesiva sinrazón de matar antes de vivir en condiciones mínimamente razonables. Mientras todo esto pasa, nadie hace nada por terminar de una vez por todas con los desmanes del que pudiendo, omite la ayuda precisa, los niños nacen y mueren en un instante, los que logran sobrevivir en ocasiones se aferran a la vida a sabiendas de un fin próximo por falta de alimentos o cuidados sanitarios.

Todo ocurre en el mismo sitio en el que vivimos, en la misma Tierra que pisamos y el aire que respiramos, aunque parece remoto en el espacio y el tiempo; nos salpican las gotas de sangre del norte de África como nos debe indignar la hambruna en el mundo, la irresponsabilidad de los más provistos para hacer algo y la descalificación como seres humanos de los que hacen de las mujeres artículos de limpieza y maletas porteadoras de los vástagos apetecidos por las culturas machistas.

Parece increíble estar en el siglo XXI y mantener intactas sociedades insensatamente concienciadas en una cultura irrazonable, sin embargo, tampoco podemos aspirar al privilegio de ser superiores por estar en este lado de la Tierra donde todo parece civilizado. Pero el peligro está tan cerca que llegamos a aspirar el olor a los entresijos de hierro y muerte de un avión abatido por la mano humana que un día lo construyó, o el hambre de los niños dos calles más abajo. La historia sí, seguirá su curso, mantendrá intactas sus escrituras sangrientas y el don de mantenernos en vida será dispuesto por el poder de los hombres en lugar de la naturaleza. ¿Será que hemos olvidado vivir como seres humanos

Juan Antonio Sánchez Campos