Tras la II Guerra Mundial, los aliados celebraron un desfile de la victoria por Polonia. Hitler había sido vencido y las potencias aliadas presumían de ello. Entre esas potencias había dos democracias Estados Unidos y Reino Unido- y una dictadura, la URSS.

Los soldados polacos que habían intervenido en la contienda, y de forma heroica y eficacísima, fueron convocados al desfile de la victoria pero se les pidió que, para no ofender a los soviéticos, desfilaran con uniformes de sus nuevos años y dejaran los uniformes del Ejército polaco en casa. Los soldados se negaron y se quedaron en su casa, pero con su uniforme real. Al parecer, los hay que no renuncian a su identidad. Fastidiado, porque lo estoy, escribí que en Cracovia, capital cristiana (sobre todo, cristiano-intelectual) del mundo durante la segunda mitad del siglo XX-, se estaba desinflando la revolución wojtiliana. Pero el que tuvo retuvo y estoy convencido de que los polacos, que vencieron al nazismo y al comunismo, vencerán ahora al capitalismo.

El próximo Viernes Santo se cumplen cinco años de la muerte de Juan Pablo II, el hombre que detuvo ese caballo desbocado en que se había convertido el mundo. Ahora el caballo se ha dado la vuelta y se enfrenta al adversario. Digamos que vivimos un momento en el que, como recordaba Chesterton, todo el mundo debe elegir entre la luz y la oscuridad. La suerte está echada. En este sentido, Juan Pablo II aseguraba que las barbaridades del mundo moderno se han dado siempre en mayor o menor medida. Lo que diferencia al mundo actual de etapas pretéritas es la absoluta incapacidad para transmitir la verdad entre empleando un lenguaje orteguiano- la élite y la masa. La culpa la tiene el relativismo: si no existe la verdad, tampoco se acepta maestro alguno, ni reconocemos tipo alguno de autoridad intelectual. No es que todos seamos iguales es que todos somos iguales de sabios... y de soberbios.

Esto tiene mucho que ver con Internet, y la sociedad de la información, donde no existen emisores y receptores sino que todos somos emisores. Es una maravilla, sí, pero corremos el riesgo de igualar lo desigual, corremos el riesgo de ahogar la voz de la sabiduría.

Lo cual representaría una considerable catástrofe.

¡Poland forever!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com