Al Gobierno inglés de David Cameron (en la imagen) no le gustan los inmigrantes rumanos y búlgaros. Por eso, ha puesto en marcha una sutilísima campaña para que no acudan al Reino Unido a trabajar. El primer aviso es terminante: "No vengáis, aquí hace mucho frío". Lo cual es rigurosamente cierto, salvo por el hecho de que Rumanía y Bulgaria tampoco pertenecen al reino del Sol.

Con el racismo sucede algo parecido a lo que ocurre con la baja natalidad. Los enemigos jurados de la humanidad, y por ello partidarios de que nadie tenga hijos, hacen lo mismo. Quiero decir que los británicos no prohíben que acudan a Londres árabes del Golfo Pérsico, con tantas esposas como millones, ambos escondidos tras velos del más diverso tipo.

No señor, lo que les preocupan son los rumanos, herederos de esa maravilla llamada socialismo real, que viene huyendo del hambre y dispuestos a trabajar duro para sobrevivir

Los partidarios del control de natalidad no están contra la explosión demográfica de los ricos, lo que les fastidia es que en el Tercer Mundo el alumbramiento parezca el deporte nacional. No les molestan que los ricos tengan hijos, pero los pobres… eso es insoportable. Paren como conejas y luego tenemos que alimentarles nosotros.

La verdad es que el inmigrante pobre te da mucho más que el rico. El rico te compra mientras que el pobre trabaja para ti. El millonario te hará millonario una sola vez; la multitud de pobres te pueden hacer millonario de verdad para siempre. Y conste que no hablo de explotación laboral ni de esclavitud. Sólo que trabajan más que el rico. A los ingleses, tras la primera sacudida, les ayudarán antes los rumanos y los búlgaros que los árabes del petróleo. Con una diferencia, el rumano no quiere conquistarte. El otro sí.

La única postura cristiana, por tanto, europea, sobre el racismo, es la de las fronteras abiertas. Sí, el exigible respeto a las costumbres del país de acogida, empezando por su religión. Ahora bien, las fronteras, siempre abiertas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com