El asesino de Anabel Segura y de la niña Olga Sangrador, o Miguel Ricart, el de las niñas de Alcasser, han salido de prisión antes de tiempo -no mucho antes, es cierto- por la derogación de la doctrina Parot

No manifiestan arrepentimiento alguno, que es lo que cabrea a Juan Español, porque, lo sepamos o no, las personas nos movemos por el principio cristiano de Juan Pablo II: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón... y el perdón no consigue la paz, individual y social, si no hay arrepentimiento, es decir, cambio a mejor, del verdugo frente a la víctima.

Por ejemplo, cuando se trata de un asesinato, la reparación es imposible, porque sólo Dios puede otorgar la vida, pero para los familiares de la víctima sí representa un consuelo el arrepentimiento del verdugo.

Y cuando no existe ese arrepentimiento, y cuando los verdugos liberados -por ejemplo los etarras- encima son vitoreados como héroes, el asunto ya adquiere otra dimensión.

Es entonces cuando la gente grita prisión perpetua o, algunos, pena de muerte para los que perpetran determinados delitos. No me gusta la pena de muerte y tampoco la prisión perpetua, que imposibilita la reinserción sea lo mejor. Demasiado determinista.

Pero sí me gusta -es idea del PP y, por una vez, me parece una buena idea- la prisión permanente revisable, que se planea en el Nuevo Código Penal. Nada de doctrina Parot, que supone estirar la norma: si el juez (¡Ay madre! ¿no hay alguien más) considera que el fulano está arrepentido y, con ello, ha dejado de ser un peligro para los demás, se le suelta. Si no, se queda en el trullo, independientemente de aquello a lo que haya sido condenado.

Sé que la medida no es de administración fácil, pero es una media justa, que es lo que importa. Que los abogados del Estado se encarguen de encajarla en el cuerpo legal. Para eso se les paga, ¿no

Eulogio López

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