Sr. Director:
Muy ciego había que estar para no ver que Zapatero, el insigne hombre de Estado que la historia nunca olvidará, no solo dejaría a España en estado de descomposición, sino que además descompondría el estado de su propio partido, hasta el punto de comenzar a desaparecer a través de los sumideros del rechazo de su propio electorado.

Y ahí lo tienen ustedes. Hundido, radicalizado, fragmentado y enfrentado, en unos momentos en los que España necesita un PSOE unido, sólido y compacto para poder afrontar con una idea clara del sentido de la Nación —que nunca puede ser un concepto discutido y discutible— frente al órdago lanzado por el separatismo catalán.

Pero ante tan delicadísimo reto, ya ven ustedes cual es la respuesta de un PSOE descabezado y suicidamente escorado a babor. Más izquierda extrema con todo lo que ello significa, tanto desde la historia pasada como la presente; mayores desigualdades, creciente descomposición de España y dar por liquidado el espíritu de consenso que produjo algo tan valioso como la Constitución.

Cuando lo que España necesita es sensatez, por toda solución a la provocación separatista, a los candidatos a liderar el PSOE, a falta de constructivas ideas de futuro, les ocurre lo que a la mujer de Lot, que volviendo la vista atrás, como estatuas de sal quedan prisioneros de un añoso pasado que no les da otra opción que rebuscar en el centenario y polvoriento baúl de sus recuerdos y miren ustedes por dónde, en el fondo de su envejecido bagaje intelectual, encuentran una idea mágica para solucionar el problema del separatismo: convertir España en un estado federal —que no es ni más ni menos que lo que de facto ya tenemos— pero asimétrico. Es decir: más prerrogativas y concesiones para una Cataluña secularmente privilegiada, secularmente sostenida, secularmente amparada y protegida frente alustrados l quebranto y depreciación del resto de España. Es decir, al PSOE no se le ocurre otra idea que la que ya expresó en su novela El Gatopardo, el Conde de Lampedusa: Cambiarlo todo, para que todo siga igual.

Solo hay un pequeño detalle que a los ilustrados candidatos del PSOE, parece que se les ha pasado por alto: Y es que no sería esta la primera vez que Cataluña intentase aplicarse esta situación de privilegio.

El 21 febrero de 1873, once días después de que se proclamase en España la I República, se produjo un motín federalista en Barcelona dirigido por Baldomero Lostau. Quince días después, una vez huido de la ciudad el Capitán General, Eugenio de Gaminde, los republicanos federales más exaltados nombraron a Lostau presidente del Estado Catalán dentro de la Federación Española, con la connivencia del Ayuntamiento. Hasta tal extremo el Ayuntamiento de Barcelona fue principal impulsor de la insurrección, que incluso llegó a izar una bandera del nuevo Estado, con dos franjas coloradas salpicada de pequeñas estrellitas, brillando por su ausencia la bandera catalana.

Una de las primeras peticiones que los separatistas catalanes formularon al gobierno central de la República, fue la disolución del ejército en Cataluña e incluso se llegaron a convocar unas elecciones para elegir diputados del nuevo Estado.

Sin embargo, tanto el presidente de la República española, Estanislao Figueras, como el Ministro de Gobernación, Pi y Margall —por cierto, ambos catalanes— rápidamente presionaron para que la proclamación y las elecciones se retiraran. Todas las conversaciones se tuvieron telegráficamente. Años después, Pi y Margall contaría que aquella fue una «derrota telegráfica». Bastaron unos cuantos telegramas desde Madrid, para que se desbaratara el proyecto federalista. En septiembre, el gobierno de la República enviaba al General Martínez Campos para regularizar la situación.

Esta intentona, que no llegó a una semana, no pasó de ser una esperpéntica bufonada. Sus impulsores no se atrevieron a mencionar jamás la existencia del Estado Catalán tras su proclamación, y no apareció ningún documento por el que constara su existencia. El General Martínez Campos proclamó el estado de guerra en Cataluña y se acabaron las algaradas republicanas y revolucionarias. En el resto de Cataluña, el carlismo había conseguido ocupar poblaciones importantes y la República no estaba para cantonalismos que pudieran ponerla en peligro, como finalmente sucedió.

Al contrario que entonces, ahora tenemos de hecho un Estado Federal, con nuestras 17 taifas, pero sin un Gobierno central que ordene y coordine. Sufrimos todos los inconvenientes del Estado Federal y ninguna de las ventajas. ¿Se imaginan ustedes que Barak Obama tuviera que pactar con el gobernador de cada Estado cada paso que pretendiese dar

De seguir por el camino que vamos, no me extrañaría que aquí, con un Madrid que hace como que no pasa nada, si no fuese porque en Europa ya tenemos una moneda común, cada autonomía reclamara su derecho a tener su propia moneda.

Con un PP autista y un PSOE dividido entre los que son y los que aspiran a ser, y que aunque se llenen la boca, ni de lejos pretenden introducir dentro de casa los demonios familiares de la autocrítica, la regeneración y la renovación de ideas, sino que por el contrario enarbolan sus deseos de ruptura con el consenso constitucional haciendo borrón y cuenta nueva de la transición, ¿Qué solución nos queda a los exprimidos y descorazonados súbditos contribuyentes

Esta situación comprometedora y comprometida en la que España, con asombro del resto del mundo, se encuentra inmersa, no revela otra cosa que la insuficiencia ilustrada e histórica de nuestros representantes políticos, el envilecimiento intelectual de nuestros pensadores y la penuria cultural de un pueblo que aún se enorgullece de mantener tradiciones de tiempos primitivos, que en ocasiones, protagonizan auténticas salvajadas con animales y  hasta con los propios seres humanos.

Con frecuencia me pregunto si los españoles hemos alcanzado a comprender lo que es ser civilizado, porque, al margen de los graves problemas que nos acucian, aquí, de lo que al parecer se trata es de permanecer en el poder, a cualquier precio, contra cualquier voluntad. ¿Qué sería de ellos si les quitásemos el cargo o el carguillo, el coche oficial, los viajes en avión en clase VIP, las tantas secretarias, el jefe de protocolo, el jefe del gabinete, la firma en el Boletín Oficial, los escoltas, la Visa oro, el comedor privado del despacho, los asesores, los millones de los presupuestos, disfrutar de su canonjía, de sus injustas prerrogativas, sus privilegios injustificados y sus mamandurrias

Pues serían más que probablemente cuanto son con todo eso encima: pobres diablos que no encontrarían un hueco en la sociedad.

César Valdeolmillos Alonso