Todo empezó con una cacería en una finca manchega. Invitado de honor, George Bush senior, ex presidente de los Estados Unidos. Anfitrión (arrendatario de la finca por un día): el venezolano Gustavo Cisneros, un personaje que es capaz de mantener espléndidas relaciones con Hugo Chávez y contarse entre los amigos de los Bush, todo a un tiempo.

A esa cacería acude el ministro de Defensa español José Bono, con otro hombre de impronta hispana, el mexicano Plácido Arango, dueño de la cadena VIPS. Naturalmente, el enlace entre Cisneros-Chávez y Bono, corresponde al embajador español en Venezuela, Raúl Morodo, el mentor político de Bono a quien éste está muy agradecido.

Y de repente, el mundo cambió para Bono. Poco después del día de cacería, Bono visita Estados Unidos. A su jefe de filas, Zapatero, ni se le recibe, pero el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, colmó de honores a Bono, quien realizó una gira triunfal por Estados Unidos, honor que sólo ha recibido él entre todo el Gabinete socialista.

Pero los favores de Cisneros nunca son gratis. Bono mima a su millonario venezolano y a través de él ha conseguido lo que parecía imposible: mantener unas buenas relaciones, al mismo tiempo, con las administraciones venezolana y norteamericana. Pocos políticos pueden presumir en el mundo de tal cosa. Es lógico que Bono pretenda que a Cisneros se le abran las puertas de España y que se le conceda, de propina, el Premio Príncipe de Asturias.

La verdad es que tras la caída de Gallardón por la no consecución de los Juegos Olímpicos, Bono ya ha perdido toda esperanza de crear un partido bisagra con su amigo Gallardón, un partido de centro, y acceder a la Presidencia del Gobierno. Ahora, lo que tiene que cuidar son su contactos políticos y económicos. Sobre todo económicos.