Que no, que no es anticlericalismo, que es anti-teísmo: no se trata de quemar conventos sino de robar las formas consagradas.

No se trata de matar obispos, sino de convertir a los diabólicos en obispos. No se trata de destruir la Iglesia sino de conquistarla. No se trata de promocionar la pornografía, sino de blasfemar. No se trata de hacer burla de las cosas sacras, sino de la blasfemia contra el Espíritu Santo: atribuir a Satán las obras de Dios, convertir lo bueno en malo y lo malo en bueno, el mundo al revés.

La tarea es ejecutada, que no dirigida, por una serie de políticos y comunicadores, y su mensaje llegan a la masa a través de la TV. ¿Por qué no nos damos cuenta de ello? Porque no vemos televisión. Lo que llamamos la brecha digital no es más que la brecha entre la sociedad que lee y  la sociedad que ve, brecha cada vez más amplia y temible, en cantidad y calidad. ¿La sociedad que lee alcanza un 10%, un 5%, un 1%? Leer no le asegura sabiduría por supuesto, pero al menos la criatura está despierta, obligada pensar, capaz, por tanto, de exclamar: ¿Pero qué es esto? Por el contrario, el espectador simplemente deglute, asimila.

En todos los programas de TV y en las teleseries la blasfemia se convierte en obsesión. El único objetivo es la Iglesia, es Cristo. No lo numinoso, ni lo espiritual, ni esa generalidad que llamamos religión. El objetivo a aniquilar es Cristo y sus fieles, convertidos en el paradigma del mal. Pero se acerca la hora en que cualquiera que os mate, crea que presta un servicio a Dios. Y lo más importante: Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará fe sobre la tierra?

Hago zaping y me encuentro con un programa de Cuatro, el canal de PRISA, el grupo de comunicación más selecto, democrático, sistémico, el que reparte carné de demócrata y respetabilidad en la España actual. Fe Ciega se titula el espacio, que consiste en una mezcla verdaderamente curiosa que intenta vender sentido común y moderación. Mezcla de un pobre chiflado nómada andaluz, cuyos seguidores dicen que el Espíritu Santo habla por su boca con imágenes de la vidente del Escorial y otras apariciones, mostrando siempre el lado más políticamente incorrecto. De pronto, la cámara se sitúa en las afueras de la iglesia de San Francisco de Borja, el famoso templo madrileño de los jesuitas. A los feligreses que entren se les pregunta por los curas pederastas norteamericanos.

Pero no es eso lo que me llama la atención. Hasta ahí, nos movemos en el universo Polanco, o universo Cebrián, que no deja de ser un aparato progre para hacer millonarios a sus rectores. No, lo que me sorprende es que, al fondo del juego del redactor, aparece un grupo con el 666 en las camisetas predestinando que Dios es el anticristo. Y lo que es mejor: la Cuatro no les cuestiona, no les interpela, les enfoca como fondo del templo: ¡los 666 son los buenos! Si no se les convierte en protagonistas es porque el grupo suena un punto atrabiliario, y podría descubrir el embuste. Pero, los malos son los jesuitas de Serrano, o los fieles que acuden al templo. Los satánicos son los buenos, aunque también tienen una fe ciega. Que es lo que ocurre con los diablos: su fe es inmensa, nunca dudan.

Eulogio López

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