Gustavo de Arístegui sabe de terrorismo y dictaduras. Su padre, embajador de España en Líbano en 1989, murió en el mismo edificio de la Legación cuando los sirios bombardearon Beirut.

Jefe de Gabinete de Mayor Oreja en Interior y ahora diputado del Partido Popular en relaciones exteriores, Arístegui ha denunciado las maniobras antidemocráticas del venezolano Hugo Chávez, y lo ha hecho donde hay que hacerlo: en Caracas. Su valentía casi le cuesta ser expulsado del país, a pesar de que había sido la oposición democrática quien le había llevado en las elecciones parlamentarias celebradas el domingo 26. Arístegui es un valiente: le felicitamos por ello.

Como todo dictador, Hugo Chávez pretende presentarse como demócrata transformando la ya debilitadísima democracia venezolana en una tiranía con respaldo legal. No ha logrado los dos tercios pero sí la mayoría absoluta. Eso le pone difícil el paso definitivo hacia el castrismo pero volverá a intentarlo.  Y lo más triste es que no hubiera conseguido llegar tan lejos si no fuera por el apoyo entusiasta del Gobierno español de Rodríguez Zapatero, de su primer ministro de Defensa, José Bono, y de su primer embajador, Raúl Morodo.

Eulogio López

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