Benedicto XVI aún habla más que Juan Pablo II de la familia y la vida, que ya es decir. Los que esperaban al papa intelectual, de la recontraenjundia argumental, el teólogo indescifrable y el alemán cabezacuadrada, se han topado con un pontífice cuya cosmovisión y metafísica se reducen a un solo concepto -el amor- y cuya teología moral puede resumirse en otros dos conceptos: la familia y la protección de la vida. De esos tres epígrafes, pende no sólo el futuro de la humanidad, sino la organización social y la felicidad del individuo.

Y el Papa no pierde oportunidad de insistir en la defensa de la familia y la vida, Hispanidad recoge una sucinta pero espléndida crónica de su discurso a los obispos bálticos (es decir estonios, letonios y lituanios), al parecer para Benedicto XVI la clave está ahí: en la familia natural y en la defensa de la vida más inocente y, al parecer, no le importa que le llamen ultraderechista, que es exactamente, el calificativo que la progresía imperante dedica a todo aquel que rechace por ejemplo el aborto, la manipulación de embriones, el divorcio express o el gaymonio.

No sólo eso, Benedicto XVI ya ha dejado claro que no puede haber un político católico que no defienda estos principios, al que suele unir el de la libertad de enseñanza de los padres respecto a sus hijos. Los lenguajes tanto de la izquierda como de la derecha políticas son tan distintos a los de Benedicto XVI que ha llegado el momento de decidir entre cristianismo y mundo. El tiempo de la ambigüedad calculada e interesada se está agotando. Ahora, llega el tiempo de la coherencia.

Eulogio López