Está de moda. La cosa consiste en que cada gobierno tenga su película. Mar adentro, la película que falsea el suicidio del tetrapléjico Ramón Sampedro para vender la eutanasia y denigra a la Iglesia, se convirtió en la película del Gobierno Zapatero. Nada más subir al poder, el presidente del Gobierno, acompañado por seis ministros, se presentó en el local donde se estrenaba pre-estrenaba- la cinta. Un Zapatero en éxtasis éxtasis laico, se sobreentiende- afirmó, aunque no explicó, que Mar adentro era un canto a la vida.

La chilena Michelle Bachetet también quiere una película para su Gobierno, y la ha encontrado en la película de su compatriota, Sebastián Campo, de título La Sagrada Familia, y que trata sobre una familia poco sagrada, a la que una futura nuera un poquito pendón- se encarga de hacer brotar sus más ocultos sentimientos que son, naturalmente, de lo más groseros recordemos que hablamos de la intimidad de una película muy sagrada-.

El propio director se ha encargado de recordar que odia al cristianismo, aunque el hecho de que se estrene en Chile el día de Jueves Santo es una pura casualidad, que no coincidencia. Campo se sitúa así en la misma línea que otros directores, como Pero Almodóvar, o el productor José Luis Moreno, dueño de la telecomedia de éxito Aquí no hay quien viva, y cuyo objetivo en la vida es terminar con la Iglesia y con la familia.

El Gobierno Bachelet respalda una obra que ya viene apoyada, es decir, subvencionada, allende las fronteras de Chile. Así, por ejemplo, el lobby homosexual, que controla la crítica cinematográfica francesa y está a un paso de controlar la española- ha introducido la repugnante historia en Francia e incluso le financiara con 11.600 euros la exhibición, los subtítulos y su traducción, elemento importante en el cine francés

En el entretanto, los socios de Bachelet, los democristianos chilenos, continúan guardando un respetuoso silencio. La estabilidad política de Chile así lo exige.