Una fusión o absorción empresarial no es una buena noticia. Es muy mala. Significa que, una vez superada la crisis económica en los grandes mercados, en las grandes cuentas del gobierno, y en las grandes multinacionales, que no entre los ciudadanos, recomienza la carrera hacia el gigantismo. Es decir, hacia ninguna parte.

Según Reuters, recogido por El Economista, las fusiones en el mundo, durante 2014, movieron 3.340 millones de dólares, es decir, un 47% más que un año antes.

La fusión significa que cada vez hay menos operadores que mandan más, que tienden a evitar la libre competencia y que despiden a más gente.

Con las fusiones también sufre la libertad. No sólo porque se reduzca el pluralismo -especialmente grave, por ejemplo, en materia informativa- sino porque las multinacionales se mueven con parámetros exclusivamente económicos. Ejemplo típico y tópico, pero real: una multinacional con filiales en países tercermundistas donde pagan salarios de miseria. Y donde, por supuesto, se cuidará muy mucho de levantar la voz para oponerse al tirano de la zona donde gana dinero.

No, las fusiones son una mala ida. No contribuyen al bien común, sólo al interés del accionista y a la precariedad del empleo. Las fusiones hacen más grande lo pequeño y lo grande resulta ingobernable.  

Eulogio López

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