Lo dice Elvira Lindo, en mi periódico favorito (El País), edición del miércoles 26: "Aunque sólo sea por una cuestión de buen gusto, uno se ve abocado al ateísmo". Lindo es una escritora de mucho fuelle: con decirles que ha sido invitada a la Boda Real. Es una mujer moderna, así que nada más leer su morcilla me he quedado muy descolocado: ¿Cómo que "uno"? Se tratará de una errata, supongo. Una, doña Elvira. Recuerde: el sexismo siempre ha comenzado por el lenguaje. Repare en los líderes socialistas y en todo intelectual progre que se precie: compañeras y compañeros, trabajadoras y trabajadores, amigas y amigos, jóvenas y jóvenes, gilipollas y gilipollos… Hay que cuidar este tipo de cosas, Elvira.

 

La segunda sensación de desasosiego o reconcomio profundo me ha llegado con el contenido del mensaje: cuando doña Elvira habla de negar a Dios, ¿a qué dios se está refiriendo?: ¿a Jesús de Nazaret o a don Jesús Polanco, al que alguien bautizara como Jesús del Gran Poder? Cuidado, Elvira, más de una carrera literaria se ha visto en apuros por ese tipo de lamentables equívocos. El jefe es prosaico, pero muy "sensitivo"·

 

Luego está lo del "buen gusto". A mí, qué quieren que les diga, lo del buen gusto es argumento delicado, capaz, que hiende mi alma y despierta mis neuronas. Mi fina sensibilidad, mi renovado talante, me advierten de que amanece un nuevo tipo de clase social, refinada, culta, capaz: los ateos exquisitos. Antes un tipo negaba la existencia de Dios porque a ello le habían inducido sus padres, o por abotargamiento, o por falta de estudios, o por falta de oración, o porque Dios se le había parecido y le había confiado que no existía. Pero ahora no. Ahora hay gente tan post-modernista como Elvira, que decide no confiar en Dios porque no es de buen gusto. Ha nacido el ateo exquisito. Para que luego digan que no hay nada nuevo bajo el sol…

En estos tiempos de cambios, a mejor, no lo duden, nada es tan malo que no sea susceptible de empeorar, pero nada es tan bueno que no sea susceptible de estallar en mil pedazos.

 

Y junto al ateo exquisito, figura el creyente exquisito. Entre ellos, uno de mis personajes favoritos, José Bono, ministro de Defensa del Gobierno Zapatero. Increíble, capacísimo. Ata cabos y desata nudos, siempre a punto de cuadrar el círculo. Si Oriana Fallaci se confiesa una atea cristiana, Bono apuesta por el cristianismo igualmente exquisito. Supongo que por buen gusto, el responsable de Defensa se ha visto obligado a aclarar lo siguiente: "El hecho de que Rouco (el cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela), haya acudido a mi toma de posesión no significa que yo me vuelva fundamentalista o neocatecumenal". La aclaración es importante. Sólo faltaba que confundieran al bueno de Bono con los seguidores de Kilo Argüello, esos andrajosos que, como decíamos días atrás, son capaces de recoger prostitutas para enseñarles el catecismo. Hasta ahí podríamos llegar. Bono también es un exquisito, un creyente exquisito, al que ni la cercanía física de un cardenal puede convertirle en un barbudo fundamentalista o, lo que aún sería más grave, en un neocatecumenal, de esos que buscan con ahínco la compañía de los impecunes. Todavía hay clases.

 

Eulogio López