Lo cuenta Chesterton, en su biografía de San Francisco de Asís: "Cuando contaron a Voltaire que habían encontrado el fósil de un pez entre los picos alpestres, se río abiertamente del caso, asegurando que algún monje ermitaño, dado al ayuno, debió echar allí las espinas del pescado que consumiera, probablemente para perpetuar algún nuevo engaño frailuno.

Ahora todo el mundo sabe que la ciencia se ha vengado del escepticismo. La frontera entre lo creíble y lo increíble se ha convertido no sólo en cosa tan vaga como lo fue en cualquier crepúsculo barbárico sino que lo creíble va aumentado y lo increíble disminuyendo. En tiempos de Voltaire, uno no sabía qué nuevo milagro tendría que derribar. En nuestro tiempo, uno no sabe qué nuevo milagro tendrá que admitir".

Buena descripción para el mundo de 100 años después, esto es, para nuestro mundo. A la gente como Voltaire, que ha hecho de su vida una negación de la fe cristiana, nunca acaba por condenarle la fe sino la ciencia y, con ella, la razón. Voltaire no podía creer en los fósiles que no fueran a avalar la creación y se vio obligado a considerar que se trataba de un invento de los curas para defender el mito de la creación divina a costa de alargar la historia del universo.

Ahora, acabo de escuchar a los chicos de Juan Luis Arsuaga (en la imagen), el investigador de Atapuerca, en la tele, claro, emplear la misma técnica de Voltaire sólo que al revés: nos acaban de citar su último descubrimiento de homínidos anteriores al Neandertal que, además, se encargan de recordarnos, que 'seguramente' surgieron de distintos puntos de Europa a lo largo de decenas de siglos. En definitiva: ahora se trata de negar la creación alargando los plazos de una evolución que ha sido tan, tan larga, que no cabe confundir con un acto de creación como el que parece describir la Génesis.

Toda evolución, por muy larga que sea, necesita un inicio. Y eso no lo dicta la fe, lo dicta la razón

Y aquí radica la doble contradicción de Atapuerca (mejor, de los chicos de Arsuaga), el doble problema. Que Dios, como el espíritu del hombre -anfibio de materia y espíritu- está fuera del tiempo y puede crear a lo largo de decenas de centenares de milenios o en un instante dado.

Y luego está el segundo problema, aún más palpable: que por mucho que se alargue el periodo de evolución de las especies el acto de creación, es decir, el salto de la nada al ser, no es más que la introducción del espacio y, con ello, del tiempo que, a fin de cuentas, sólo es la duración de lo mudable, es decir, de la materia. Si no hay espacio no existe el tiempo.

Dicho de otra forma: la materia, y con ello el hombre-materia que pretenden hacernos creer, puede evolucionar durante todo el tiempo que se quiera pero para evolucionar, es decir, para cambiar, primero hay que existir. Y por mucho que los investigadores de Atapuerca intenten alargar el proceso, todo proceso debe tener un inicio. La ciencia, no la fe, no puede aceptar un proceso sin principio, una evolución sin origen, algo parecido a asegurar que existen hombres que no fueron niños. Por tanto, debe haber un creador y algo creado. Es el salto de la nada al ser, porque el ser no puede explicarse a sí mismo. Y los cráneos de Atapuerca no tienen solución al enigma, por más que nos retrotraigan, no ya al padre del Neandertal sino al su muy respetable tatarabuelo.

Es el mismo enigma que llevó a Aristóteles a afirmar la existencia de Dios como única explicación del universo: tenía que haber un ser que no existiera por otro sino que tuviera la existencia en sí mismo: ese ser es al que aquel griego no cristiano llamó Dios. Y ya antes de Aristóteles, que jamás leyó la Biblia, el no muy intelectual pueblo elegido, el pueblo hebreo, oyó de labios del Creador su autodefinición: "Yo soy el que soy". Traducido: el que tiene en sí mismo el ser y la existencia. El resto somos y existimos por él, no por el 'homo neandertathalensis'.

Pero eso no se lo enseñarán en Atapuerca, no pueden. A cambio, a los Arsuaga boys la ciencia, no la fe, les vuelve a condenar, como condenó a Voltaire. Están un poco obsesionados estos chicos con encontrar la no existencia de Dios. Lo cual resulta investigación compleja, dado que encontrar a Dios es mucho más fácil que no encontrarle, sobre todo si se parte de la premisa anticientífica de que Dios no existe… antes de empezar su búsqueda.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com