Ya he dicho que lo de WikiLeaks es tan aceptable como peligroso. Descubrir los secretos del poder es bueno, pero traspasar las fronteras de la intimidad robado información no lo es.

En cualquier caso, el problema de Julian Assange poco tiene que ver con la libertad de expresión y con la privacidad. Tiene mucho más que ver con el mismo mal que aqueja a su abogado, Baltasar Garzón -Dios los cría y ellos se juntan-: son dos ególatras al borde mismo del sentido común.

A partir de ahí, puede suceder cualquier cosa: desde que el dictador más 'estudiado' –por tanto, más peligroso- de Hispanoamérica, el ecuatoriano Rafael Correa, utilice al pirata ególatra para ganar las elecciones, hasta que el ególatra magistrado confunda el derecho con la sospecha de que Estados Unidos podría ser el receptor final de Assange. Se trata de algo prohibido por el derecho europeo que imposibilita la extradición a un país con pena de muerte como Estados Unidos.

En cualquier caso, todos felices: Assange burla la ley y se convierte, otra vez, en líder de masas; Garzón recupera el protagonismo perdido con un caso de relieve internacional donde gritar sus habituales chorradas, y el ego del presidente Correa crece ante las próximas elecciones en nombre de la libertad de prensa. No está nada mal para el gran perseguidor de la prensa ecuatoriana.

Eulogio López
eulogio@hispanidad.com

 

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