Sr. Director:
Ante la proximidad del día de los difuntos, que celebramos en  nuestro país creyentes y no creyentes, se me ocurre hacer una breve reflexión acerca de las nuevas formas de vivir este día.

Manteniendo el modo tradicional de enterramiento, en el lugar llamado, camposanto o cementerio, que traducido del griego es dormitorio. Término de  influencia cristiana y católica, que sería estúpido ignorar en nuestra cultura hispana y europea.

Ante este modo de enterramiento, da igual inhumación que incineración, no cabe duda que es expresión de la realidad de la pervivencia de los difuntos, después de la muerte. No existe cultura, desde los pueblos más primitivos, como lo atestigua el arte y la vida de los mismos, hasta los hombres y mujeres inteligentes de nuestros días, que no tenga certeza   en la vida eterna. Hay vida después de la muerte.

Con la muerte no se concluye la vida humana. El hecho de creer en Dios nos lleva al convencimiento de que Dios es el principio de todo cuanto existe, especialmente el ser humano; el ser humano tiene su origen en Dios, vive su carrera terrena de cara a Dios  y concluye su estancia aquí y pasa a un nuevo  modo der ser y de vivir, después de dar cuenta de su modo de vivir.

Por ello es curioso y llama la atención, que hoy muchas personas al hablar de los muertos tengan expresiones como: "vive en nuestro recuerdo", "vive en nuestro corazón", "vive en nuestros sentimientos". ¡Qué forma más idealista de vivir la eternidad! O han cogido "la moda" de derramar las cenizas: en el campo, en el mar, en el campo de fútbol, en el jardín de su casa, debajo de árbol preferido, en una urna en el salón de su casa… como expresión de su presencia difunta, que no espiritual, porque de algún modo estas formas niegan la realidad del paraíso o cielo, como forma de vida eterna gozando de Dios. Y, por supuesto, ignorando la posibilidad de dar cuentas  a Dios de la propia vida.

Señoras y señores: no tiremos por la borda en nuestra cultura moderna aquello que es fundamental y connatural en la vida de los hombres. Abramos lo ojos a la realidad del ser humano, que ha nacido para ser eterno. No en  nuestro corazón si no en  Dios.

Francisco Blanco Galán