Sr. Director: 
Por poca atención que se ponga a los debates televisivos entre políticos o distintos contertulios e incluso en ámbitos amistosos o familiares sobre el estatuto del embrión, la muerte cerebral, la eutanasia, el aborto voluntario, etc. destaca en muchas ocasiones el olvido de una cuestión central: ¿cuál es la naturaleza del individuo?

Antes se consideraba que un individuo era un cuerpo que albergaba un alma y se clasificaba a los seres en función de la potencia de su alma, en plantas, animales y hombres. En el Cristianismo se concedía -y se concede- al ser humano una dignidad particular por gozar de un alma espiritual e inmortal con sus potencias correspondientes: memoria, entendimiento y voluntad, potencias que no disfrutan los demás seres creados.

Pero en la actualidad no nos atrevemos a hablar del alma y la persona, entonces, es difícil de delimitar. Sin la noción de alma existe el peligro de caer en un materialismo reduccionista y de aceptar la definición que Richard Dawkins hace de los individuos: Artefactos inventados por los genes para reproducirse. Con este reduccionismo, eclipsada el alma, se acepta como buena la manipulación con embriones humanos, se justifica el aborto y se defiende la eutanasia como victoria de la autonomía de la persona.

Si somos sólo artefactos inventados por los genes todo lo que se dispone como útil o conveniente para los animales (extinción, clonación, selección) sería aplicable al hombre. Más aún, se da la paradoja de organizar campañas para salvar o proteger a especies de animales en peligro de extinción, con un coste económico bastante considerable, y no se valora la especie humana desde su inicio, a la que se considera, no pocas veces, molesta e inoportuna  evitando, por ello, su derecho a la vida.

Pese al progreso técnico no sería un lujo reflexionar brevemente sobre el concepto de alma. Ya en el Génesis el historiador Moisés destaca la diferencia entre los seres creados: cielo, tierra, astros, plantas, animales con la creación del hombre: a imagen suya, a imagen de Dios le crió. Esta fundamental distinción aclara la superioridad del hombre sobre todas las demás cosas creadas.

El alma, al ser creada directamente por Dios, escapa de la ciencia experimental y la ciencia experimental si  es auténtica, no puede ni negar ni afirmar la existencia del alma, pues la naturaleza espiritual de ésta escapa a la experimentación científica.

Por tanto la pretensión de que la ciencia experimental explique absolutamente toda la realidad es ilusoria y, además, reduccionista  y dañina para una correcta visión de la persona humana  Juan Pablo II afirmaba que: para ordenar positivamente la ciencia y la técnica al beneficio del hombre, es preciso, según  suele decirse, un  suplemento de alma, un nuevo aliento de espíritu, una fidelidad a las normas morales que regulan la vida del hombre.  

Debido, tal vez, al ateismo práctico -vivir como si Dios no existiera- y al materialismo en el modo de vivir, se olvida muy fácilmente la dimensión espiritual del hombre y, por tanto, la existencia del alma susceptible de sobrevivir a la muerte del cuerpo. Santo Tomás, de una honradez científica incuestionable, acomete la demostración racional de la inmortalidad del alma humana pasando revista a todos los argumentos posibles. Santo Tomás, según los expertos, fue el más realista de todos los pensadores: nada más alejado de sus opiniones que el idealismo.

El mundo de la cultura abarca muchas materias y se puede profundizar en todas ellas sin romper la armonía entre los diversos conocimientos: la Ciencia, la Filosofía, la Metafísica, la TeologíaEl hombre tiene necesidad de todo esto y no se le debe privar  de esas riquezas.

Eclipsar, evadir, obscurecer el alma dificulta, entre otras cosas, la claridad de conciencia para resolver con justicia los problemas con que tropieza el ser humano.

Pepita Taboada Jaén

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