Sr. Director:
El corazón humano demanda amar y ser querido y ambiciona que ese querer sea firme y estable.

El vínculo matrimonial no lo ha urdido nadie; es una verdad primera, natural, que el mortal -hombre y mujer- evidencia en sí mismo. El amor conyugal es un querer de donación y de tolerancia, determinado entre mortales sexualmente complementarios.

Este amor es del todo contrario al amor de pertenencia, que es un cariño zángano y cruel, porque ama al otro únicamente por la deleite que otorga y acaba siempre en crisis y en desgarro. En la unión matrimonial se origina la donación y la felicidad del varón y de la mujer. Entregarse es donar nuestro libre albedrío: Sólo puede donarse quién es libre y tiene poder sobre su propio ser.

En el estado marital, la recíproca entrega y condescendencia, originan como consecuencia natural; la doble pertenencia entre los cónyuges. Ser consorte y ser desposada son identidades familiares, como lo son las que poseen su principio en la estirpe; filiación y fraternidad.

Amar es elocuente, pero es más importante ambicionar amar. Querer amar como determinación de la voluntad libre, que se impulsa hacia el futuro. Y desea amar así quien se dona íntegramente al otro en el casamiento.

Ése es el amor estable al que anhela, internamente, el corazón humano. Sólo ese amor posee expresión para declarar el vocablo, para siempre.

Clemente Ferrer Roselló

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