Tras un primer momento de duda, el consejero delegado del Grupo Santander, condenado a seis meses de prisión, se decide a seguir, con el apoyo entusiasta de Emilio Botín. No obstante, el caso Olavarría Delclaux pone en solfa el reflotamiento de Banesto, arquetipo del saneamiento bancario. Además, si Sáenz no dimite: ¿dónde queda la responsabilidad social corporativa del Santander? Encima, Botín sigue afectado por el caso Garzón

Alfredo: triunfar no significa desplumar. A veces, el cliente tiene razón. Y no, no piensa dimitir.

Alfredo Sáenz, el ejecutivo mejor pagado de España, consejero delegado del Santander, ha sido condenado a seis meses de cárcel, por el caso Olavarría que, en pocas palabras podríamos resumir como emplear todas las artimañas posibles para esquilmar al moroso. Al final, la cosa acabó en el inefable juez Pascual Estevill. Si quieren leer los pormenores, Hispanidad los contó en 2006: Estevill era un especialista en meter a la gente en la nevera para que cantara. Y vaya si cantaban: hasta lo que no habían hecho.

La mano derecha de Botín no piensa dimitir porque aún queda otra instancia judicial a la que acudir. Ahora bien, independientemente de dónde acabe Sáenz, el problema no es ese: el reflotador de Banesto tiene fama de ser el mejor banquero de España. Ahora bien, las famas a veces se consiguen sobre muchos cadáveres: no, Alfredo, no vale cualquier cosa para reflotar, porque a veces, resulta que el cliente tiene razón. Además, Banesto resultó el mejor negocio para el Santander: cobró por impagados que luego se pagaron mientras el Banco de España, con Luis Ángel Rojo al frente hoy consejero del Santander para vergüenza de todos- miraba hacia otro lado.

Que no, que no vale todo con tal de cobrarle a un moroso. No vale mentir, no vale coaccionar, no vale emplear a conseguidores como Jiménez de Parga e intentar jugar con la rotación judicial para que caiga un juez interesante. No, no vale todo.

Banesto ha pasado a la historia como el arquetipo de saneamiento bancario. Es el momento de poner en duda, precisamente, el saneamiento estrella de la banca española: sus procedimientos y su coste para el reto de los españoles.

En cualquier caso, si Sáenz no dimite, ¿donde queda la reputación corporativa del banco Santander? Ni tan siquiera el control mediático que posee Emilio Botín pudo evitar lo peor en este fin de año duro para la pareja Botín-Sáenz.

Por si fuera poco, el propio Botín ha recibido la andanada de El Mundo de Pedro J. Ramírez, que tanto ha aprendido de su adversario El País: para que me des, lo mejor no es acariciar, sino golpear. En esta ocasión, se acusaba al Santander y a Botín de haber financiado actividades académicas del juez Baltasar Garzón, relacionado con alguno de los casos judiciales en los que se ha visto involucrado el Santander por ejemplo el caso Banesto-.

En cualquier caso, el tratamiento de los medios al caso Sáenz está siendo bonancible. Por parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), tranquilos: no forzará la salida de ningún alto cargo del Santander. La prensa, tampoco. ¿Y la Bolsa? (lo único que podría preocupar a Botín). Ni se enteró. El efecto Sáenz se compensó con la plusvalía conseguida por el Santander con la venta del 10% de un banco marroquí: 223 millones de euros. O sea, vivir para los valores, para los valores bursátiles.

Entonces, ¿por qué va a dimitir por razones éticas? Y ya puestos, con su permanencia, la validez de los códigos éticos quedan en entredicho. Un detalle: el Código Conthe indica que en cuanto hay sentencia condenatoria un consejero debe dimitir, aunque la condena no sea firme. Es más, el borrador de dicho código decía que debía dimitir en cuanto fuera imputado, que es lo que ha ocurrido con los políticos del caso Gürtel.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com