El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, trata de impedir que Corea del Norte arroje un misil que podría vapulear el estado de Alaska, con una cabeza nuclear.

Por otra parte, a mediados del pasado mes de abril, Pyongyang lanzó un fracasado satélite espacial para conmemorar el nacimiento hace un siglo del fallecido Kim Il-sung, fundador de la primera dinastía comunista.

Después de las embestidas del 11-S, el presidente de EE.UU. apuntó en el Eje del Mal a Corea del Norte, que figuraba desde 1988 en el elenco de los Estados que costearon el terrorismo internacional porque dos de sus agentes instalaron un explosivo en un bombardero surcoreano que finiquitó a 115 mortales.

J. Robert Oppenheimer encabezó el plan para fabricar la primera bomba atómica. Tras el bombardeo de Hiroshima, su actitud ha sido de una gran indiferencia. Un superviviente de Hiroshima recordó que "un brillo cegador cortó el cielo... silencio mortal... luego una gran explosión, como el estallido de un trueno distante".

El apoyo de China exige a la colectividad internacional a cohabitar con la situación atroz y sangrante de Corea del Norte, nación en la que su población fallece de hambre y no tardaría en devastarse si no fuera por el envío de comestibles y medicamentos que recibe desde las instituciones humanitarias, de todo el orbe.

La bomba atómica es un dispositivo que consigue una gran cantidad de energía de las reacciones nucleares. Su funcionamiento se basa en espolear una reacción nuclear en cadena. Está entre las calificadas como armas de destrucción masiva. Su estallido causa una nube en forma de hongo. Fue desarrollada por Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. Las descargas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en pocos segundos resultaron desoladas, sendas poblaciones. Se conjetura que en Hiroshima acabó con más de 120.000 mortales de una población de 450.000 aborígenes, provocando otros 70.000 lacerados y devastando la urbe casi por completo. En Nagasaki, el número de víctimas originadas por el estallido se evaluó en unos 50.000 habitantes y 30.000 heridos, de una población de 195.000 autóctonos.

Un superviviente de Hiroshima recordó que "un brillo cegador cortó el cielo... la piel de mi cuerpo sintió un calor quemante... silencio mortal... luego una gran explosión, como el estallido de un trueno distante". El avión lanzó su única carga y se distanció velozmente. Minutos después la bomba mortal explotó ocasionando un penetrante brillo que inflamó el cielo. De un globo de fuego de 400 metros de diámetro germinó una nube en forma de hongo que se alzó 20 kilómetros. El penetrante calor, de unos 3.000°C, convirtió rápidamente en tizones negros a millares de seres humanos. Otros miles perduraron unos pocos instantes, para ser golpeados por cascotes o soterrados en vida por la caída de los edificios.

Llenos de pavor, muchos se arrojaron a los arroyos que habían ardido. Las miasmas radiactivas comenzaron su cruel y taciturna tarea de provocar una agonía lenta y prolongada. En ese 6 de agosto de 1945, el turbado universo supo que, el ser humano, había sometido la energía confinada en el átomo, para elaborar un artefacto enormemente demoledor.

Clemente Ferrer

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