Los nacionalistas indios tumban la Bolsa de Bombay, mientras el crudo se dispara por el asesinato de Selim en Bagdad

 

Cuando Sonia Ghandi, nueva presidenta de la India, dice que el espíritu del país es laico, está diciendo dos cosas: una gran mentira y un gran objetivo. Horas después de su entronización, el espíritu de la India le respondía vendiendo acciones en la Bolsa de Bombay, hasta que se hizo necesario cerrar el mercado tras la mayor caía de su historia: el mercado abrió con una caída de 500 puntos (un 10% de su valor), en apenas una hora de cotización. Se cerró la negociación y se volvió a abrir: en pocos minutos, el Índice Sensex se despeñaba otros 250 puntos. Y a todo ello hay que añadir que el viernes anterior, ya con la italiana viuda de Ghandi en el poder, el Sensex había caído más de un 5%.

 

Total, la mayor caída de su historia, y un mensaje claro a la primera dama: no confiamos en ti, márchate o hundiremos más el ya de por sí delicado mercado financiero hindú. Que es tanto como decir: olvídate de emitir deuda pública porque nadie te la va a comprar ni a precios de risa. Otro chantaje financiero en toda regla a un líder político.

 

Y no se puede hablar de miedo a la política económica. El Partido del Congreso ya ha anunciado que continuará con la política privatizadora de la Alianza Nacionalista de Atal Vehari Vajpayee, lo que se supone que a la clase adinerada india debería gustarle. También se supone que, a esa misma clase, debería agradarle una ministra que habla de espíritu laico, alejado del nacionalismo hindú, que tiende a confundir, en casi todas sus múltiples manifestaciones, la religión hindú con la nación india. Vivimos en un mundo donde el problema son las identidades, y resulta que a la clase adinerada de la India le gusta sentirse india e hindú, identificando ambos conceptos con entusiasmo. Entre esa clase, el capitalismo está muy bien visto, pero el Islam o el Cristianismo, más bien poco.

 

Al mismo tiempo, en la mañana del lunes 17, era asesinado el presidente del Consejo de Gobierno iraquí, Ezedím Salim. En otras palabras, era asesinado el hombre en el que George Bush tenía puesta su confianza para aglutinar a las distintas tendencias políticas, étnicas y religiosas iraquíes y crear un principio de democracia en el país a partir del 1 de julio.

 

De inmediato, en el Mercado de Futuros de Londres, el barril de petróleo Brent rozó los 39 dólares. Se invadió Iraq para abaratar el petróleo, según franceses y alemanes. Pues bien, se está consiguiendo lo contrario y, de postre, una previsible crisis económica mundial.

 

Pero lo más grave continúan siendo las fotos de las torturas perpetradas por soldados norteamericanos contra prisioneros iraquíes. ¿De verdad no sabían que el perro es un animal maldito, como el cerdo para el Islam, y que uno de los principales insultos de un musulmán es precisamente ese, "perro"? ¿De verdad no sabían lo que significaba para un musulmán que le exhiban desnudo, y le humillen, especialmente ante una mujer occidental?

 

La revista que hizo públicas las fotos de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, The New Yorker, asegura ahora que el propio secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld, permitió, incluso animó, este tipo de torturas.

 

Es definitiva, todo parece suceder tal y como si alguien estuviera promoviendo una guerra de religión, o de religiones, un verdadero choque de civilizaciones y un perfecto holocausto de escala mundial. ¿A quién beneficia todo lo que está saliendo en la prensa? Cuesta creer que esas fotos se hayan filtrado sin más, pues si algo ha demostrado el Pentágono es que controla a la perfección toda la información sobre la guerra, y que pocas, poquísimas noticias, se filtran… si el Pentágono no quiere que se filtren.

 

La gravedad de la situación no pasa desapercibida en los grandes focos de influencia mundial. Por ejemplo, en el Vaticano. Cuando se trata de Estados Unidos, las palabras del cardenal emérito Pío Laghi, que fuera Nuncio en aquel país entre 1980 y 1990 y amigo personal de la familia Bush, pueden considerarse palabras del propio Juan Pablo II, el hombre que más se enfrentó a la guerra de Iraq, y que el próximo 4 de junio recibirá a George Bush en el Vaticano. Pues bien, Laghi ha anunciado, y sus palabras no han pasado inadvertidas para muchos analistas internacionales, que "estamos al borde de un precipicio y hay que detenerse. Nos lo dice el horror desencadenado por las torturas a los prisioneros iraquíes, la decapitación del rehén estadounidense, y el escarnio de los cuerpos de los soldados estadounidenses".

 

Al borde de un precipicio siempre se corre el riesgo de dar un paso hacia delante. Si Juan Pablo II se opuso con especial denuedo a la guerra de Iraq, mucho más que a ningún otro conflicto (es más, en ocasiones, el Pontífice polaco ha animado la intervención internacional, como en el caso de Kosovo), era porque consideraba, como hoy lo consideran la mayoría de cancillerías, que esta guerra no era el final de la violencia terrorista, sino el principio de una violencia, guerra y terrorismo, mucho más salvaje, del tan temido choque de civilizaciones.

 

En paralelo, en la inteligencia militar española, así como en círculos económicos, cunde la idea, antes sólo expresada por aficionados, de que el presidente George Bush es un juguete de los Neoconservadores (Neocon o Neocom) que le rodean, especialmente el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, su segundo, el ideólogo Paul Wolfowitz, y el propio secretario de Estado, Colin Powell, la cara amable, presuntamente enfrentado a Rumsfeld pero que no ha hecho grandes esfuerzos por oponerse a la guerra de Iraq ni por respetar las libertades en la postguerra. Todos ellos proceden del mismo tronco filosófico: el Deísmo o el Evangelismo WASP (blanco, anglosajón y protestante), de corte calvinista, y todos ellos consideran que la paz no es más que una consecuencia de la victoria bélica. Todos ellos mantienen un desprecio por otras religiones, y ninguno de ellos está tan próximo a determinados planteamientos en defensa de la vida del no nacido o de la familia tradicional como su propio jefe de filas, George Bush. En definitiva, ninguno de ellos hace ascos a un choque de civilizaciones. Es más, consideran que la forma de convertir a los terroristas en soldados, hacerles "salir de su madriguera" como afirmó Wolfowitz, es la guerra abierta. Y si para ello es necesario provocar, pues se provoca.

 

Mientras tanto, en los bancos de inversión la opción de una crisis provocada por el fracaso de Iraq, ya no es una posibilidad remota: es una triste realidad. Así que hay que preguntarse: ¿Alguien está interesado en una guerra de religión de alcance mundial? Pues, si no lo está, la verdad es que lo parece.