Se trataba de otra conjura contra la humanidad en general y contra los pobres en particular y la natalidad en particular. Al igual ocurrió con las que la conferencias de El Cairo o Pekín, ahora, con la excusa del calentamiento global se pretendía reducir la población mundial. En este caso, se ha abierto un peligroso frente panteísta, un virus que afecta incluso a la propia Iglesia

Afortunadamente, la Cumbre de Copenhague ha fracasado. En plena crisis económica, los líderes políticos han preferido mantener la vitola de verdes, electoralmente rentable, pero sin gastarse un dinero que no tienen en autolimitar el crecimiento industrial  la creación de empleo. Es decir, que Copenhague ha sido un fiasco aunque no por las mejores razones.

AL igual que ocurriera con la Conferencia de población de El Cairo de 1994 ésta destinada directamente al problema de  la población- y la Conferencia de Pekín, sobre la mujer, Copenhague quería vender una sola idea: el hombre es un depredador de la naturaleza y la única manera de detener el presunto apocalipsis del calentón planetario consiste en reducir la población. Los chinos, a los que, al parecer, el Nuevo Orden Mundial (NOM) no había advertido a la Delegación de Beijing de que, en el siglo XXI, el drama del aborto ha sensibilizado a mucha gente que ya no acepta cualquier cosa y que, por tanto, ya no se puede imponer a los pobres el aborto y la esterilización obligatoria (en el Tercer Mundo, la gran riqueza del pobre son su hijos) y que, por ende, las políticas antinatalistas deben en cubrirse en la formidable excusa de la defensa del planeta tierra así como exagerar el peligro telúrico que nos amenaza.

La Conferencia, una conjura más contra la humanidad, no ha prosperado porque la excusa, el sofisma, buscado, resultaba demasiado caro y estamos en crisis. Sí, ha sido la depresión la que ha hecho fracasar los planes del NOM, porque no todos los Gobiernos son tan lelos como el español, no todos están dispuestos a consumir recursos en subvencionar energías tan caras como la solar, de la que sólo se benefician las multinacionales dedicada a drenar los erarios públicos.

Por eso, economías emergentes, es decir, que huyen del hambre, no están dispuestas a fomentar las energías alternativas, como la solar y prefieren continuar con el carbón, una materia inagotable y sobre la que se están produciendo más avances tecnológicos, así como la nuclear, la única que puede satisfacer las necesidades de progreso del hombre, dotando a la humanidad de energía masiva y barata.

Tampoco hay que pasarse de optimistas. Copenhague afortunadamente, ha fracasado, es cierto, pero la idea de que una grave amenaza ecológica nos amenaza, permanece. La idea de que el hombre desertiza la naturaleza, cuando lo cierto es que la fertiliza, permanece, al igual que la idea del agotamiento del planeta, cuando lo cierto es que la tierra puede albergar a decenas de humanidades, mientras los miembros de la especie de comprometen decentemente.

Además, Copenhague si ha triunfado en algo, algo que resulta, cuando menos, peligroso. El NOM busca el control del mundo, pero sabe que no hay manera de conquistar a la humanidad que conquistando sus creencias. En otras palabras, ofrece una nueva religión, un nuevo credo, un ídolo: el planeta tierra, la diosa Gaia (a las feministas, otro tentáculo del NOM, lo de diosa les encanta). Y en esta idolatría han caído incluso organizaciones católicas como Manos Unidas, cuyos representantes no se sabía qué pintaban allí, en lugar de dedicarse a paliar el hambre en el mundo, que es lo suyo.

Tanto es así, que un papa como Benedicto XVI, que no ha dudado en defender la necesidad de nuevos modos de vida más respetuosos con el medio ambiente, se vio obligado a recordar que el cuidado de la naturaleza nada tiene que ver con la salud reproductiva, ese eufemismo majadero que el NOM lleva empleando desde hace 10 años para referirse al aborto y la contracepción forzada.

Al tiempo, el jefe de la Delegación vaticana intentaba imponer sentido común en una asamblea que llamaba la lucha contra el apocalipsis, fenómeno que llegará, sin duda, pero no por problemas medioambientales ni por el imaginario Armagedón de Al Gore y compañía.

Copenhague ha fracasado, afortunadamente, pero la lucha continúa.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com