Este informe de Zenit conviene remacharlo con dos cuestiones: la primera, la distinción entre células madre adultas y células madre embrionarias.

Las primeras curan, las segundas no curan -o no han curado hasta el momento- y encima matan al embrión. No son células, es un ser humano con un código genético individuado distinto del padre y de la madre. Los nuevos campos de exterminio son las neveras de los hospitales donde se investiga con células embrionarias. Bueno, es el segundo, más bien campos de concentración. Los campos de exterminio son los abortorios, públicos y, sobre todo, privados.

Segunda idea: la tontuna seudocientífica de la medicina genética, regenerativa, sea con células adultas -espléndido- o con embrionarias -homicida- ha lanzado el mito de la inmortalidad en vida. No en la vida después de la muerte sino en el alargamiento de la vida actual. Una gruesa chorrada (las famosa 'grossen choradem') que sólo puede consolar a majaderos amigos de los zombies. No, esta vida tiene su fin y conviene no alargarla más de lo que la providencia o la naturaleza, o ambas en conjunto, consideren pertinente. No vayamos a ser una generación de pellejos languidecentes. Porque el cuerpo viejo nunca será glorioso y hasta el corazón puede cansarse de una existencia artificialmente dilatada. El mito de la inmortalidad por transferencias genéticas repite el ridículo de esas señoras obsesionadas por mantener la tersura juvenil que, de tanto recauchutarse en las pieles grasas, parecen un cuerpo de carne coronada por una cabeza de arrugas.

Eulogio López

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