El joven actor mexicano Diego Luna se une a la lista de intérpretes a quien les atrae el otro lado de la cámara. Abel es su ópera prima como director (además es guionista y productor).

La emigración planea sobre este drama humano pero, todavía más aún, la percepción y el sufrimiento que experimentan los menores ante la falta de uno de sus progenitores en el hogar.

Abel acaba de salir del hospital tras pasar dos años internado por sufrir una crisis que le ha dejado sin habla tras el abandono del hogar de su padre. Su madre sueña con que regrese a la normalidad volviendo junto a su familia y ayudado por ella misma y sus hermanos (una en edad adolescente y otro un niño pequeño). Pero, de la noche a la mañana, Abel adopta una nueva personalidad: se cree el progenitor y responsable de la familia. Su madre, lejos de llevarle la contraria, decide seguirle el juego a la espera de su recuperación.

Evidentemente, y como anuncia la publicidad de este largometraje, Luna se adentra en el complejo universo del mundo infantil, pero este acercamiento nunca emociona sólo sorprende por el sesgo que adopta la película. Abel capta la atención porque se siguen con curiosidad los pasos de ese menor trastornado con complejo de Edipo, incluso cuando interpreta a su manera hechos y actitudes propias de adultos que producen cierto escalofrío. Porque Abel constituye una buena muestra del cine mexicano que llega a nuestras carteleras: humano, duro y sin concesiones a la galería.

Para: Los que conozcan el cine mexicano y no se asusten de su crudeza