Es, junto a Zapatero, el político más ambicioso de España. A diferencia de Zapatero, no es un ignorante apegado a sus propios principios, aunque los tales principios sean bestialidades, sino un hombre ilustrado que tiene pocas ideas y bastante malas pero con las que se comprota con una lealtad canina.

Hay más diferencias: lo que ZP tiene de resentido, Gallardón lo tiene de tramposo. Al alcalde, un tipo inteligente y cínico como pocos, le va más lo de Groucho Marx: Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros.

Gallardón quiere ser califa en lugar del califa Rajoy para, un pelín más tarde, alcanzar la presidencia del Gobierno. Para lograrlo oficiará homomonios y pronunciará sermones en La Almudena.

Gallardón metió la pata cuando en un foro del PP, por aquello de llevarle la contraria a Esperanza Aguirre -uno de sus deportes favoritos- dijo que estaba contra la cadena perpetua... y luego resulta que Rajoy aseguró exactamente lo mismo que Aguirre.

Rajoy se ha cargado la carrera de Esperanza pero es que también se ha cargado la esperanza, o sea, la ambición de Gallardón. Porque el alcalde perdió la oportunidad de convertirse en portavoz parlamentario en el Congreso y obligado a repetir en las elecciones a la alcaldía. Pues bien, ahora ataca de nuevo: si no puede ir al Parlamento exige sustituir a Dolores de Cospedal como secretaria general del partido e incluso asegura que puede compatibilizar el cargo con el del alcalde de Madrid.

No sabemos si Rajoy cederá, porque don Mariano teme tanto la ambición de Gallardón como Aguirre. Y ojo, porque un no sería mal recibido por la ambición de Gallardón. Pero es que el alcalde no tiene otro remedio que presionar: se le está pasando el arroz.

ZP y Gallardón: es lo que tenemos. Esta es la clase política española, la que considera que el servicio público no es otra cosa que servirse del público para hacer carrera. Entre los dos, votaré en blanco.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com