Tengo un amigo argentino que desde hace dos años reside en España, para ser exactos en Alicante. Allí se trasladó con su numerosa prole, entre los que se cuentan varios hijos pequeños. El hombre, santa inocencia, llegaba convencido de que la madre patria era se país católico y que, por mucho que hubiera degenerado, caramba, siempre se exagera mucho en estas cuestiones. Mi amigo, pongamos que se llama Ernesto, es un tipo coherente, tan convencido como su esposa de que sus hijos deben recibir una educación cristiana. Eso en España pensó- viene de serie.

Como católico, su primera opción fue llevarles a colegios concertados, de ideario cristiano. Más que nada porque los privados son muy caros y su familia numerosa.

Ernesto percibió que algo comenzaba a ir mal cuando en el muy cristiano centro educativo, a su hija de 14 años le interrogó su primer grupo de amigas:

-¿Y tú en Argentina tenías novio?

-Pues no respondió la aludida

-¿Y novia?

No hay que precipitarse. Quizás su hija había dado con el típico grupo de adolescentes raritas que apesta los mejores colegios. Pero el segundo golpe resultó igualmente impactante: resultaba que tocaba confirmación. Del sacramento aprendieron poco, aunque hubo un par de diálogos sobe la solidaridad y las ONG de mucha enjundia y abundamiento. Ernesto, sin embargo, comenzó a pensar que algo fallaba cuando el colegio se encargó de alquilar una discoteca de Alicante, toda entera, para que sus muchachas y muchachos festejaran por todo lo alto su nueva condición de soldados de Cristo o, si acaso, de danzones del mundo. Ernesto tuvo oportunidad de comprobar que el oficiante no tuvo ningún problema para aplicar el óleo, especialmente en las muchachas, a pesar de que aquellas indumentarias dejaban poco terreno para la imaginación.

Pero la noche del Sacramento fue lo que se dice una noche loca. Y eso a pesar de que los hermanos, prudentes ellos, evitaron el viaje a Ibiza que pretendían los confirmandos, por supuesto sin ningún acompañamiento molesto, que pudiera impedir el noble ejercicio de sus libertades públicas, es decir, las de cintura para abajo. Eso sí, como fin de fiesta, los más líbrales y tolerantes se metieron una raya con indescriptible entusiasmo y alguno aprendió qué significaba eso de ¿Tienes, tienes?

En el entretanto, Ernesto había descubierto que no podía bajar a sus hijos menores a la playa, dado el escaparate de catalinas que se percibía en toda la costa, de todos los tamaños y todas las texturas, como corresponde a un sociedad laica y plural.

Cuando planteó su problema a sus próximos, un cachondo le explicó que lo mejor sería que solicitara la conversión de un rincón de la arena en playa familiar. Ernesto es argentino y su retranca porteña no es cínica, por lo que ni corto ni perezoso se fue al ayuntamiento con un argumento formidable: si los nudistas tienen sus playas, a lo mejor podían tenerlas también las familias. No sabía, pobriño, que en la madre patria la minorías tienen todos los derechos, la mayoría ninguno.

Pero Ernesto es argentino, no español. Los argentinos son más capaces de matar que de aborregarse, así que ha decidido seguir el consejo y luchar por que las familias puedan llevar a sus hijos a la playa sin contemplar ni espectáculos ni espectaculos.

Por eso optó por utilizar la pequeña piscina de su urbanización. Se encontró un paisaje muy similar con la desagradable sensación de contemplar las intimidades de aquellas con las que se cruzaba todos los días en el ascensor. Ante sus requerimientos, le explicaron que España es un país plural y con mucho talante, por detrás y por delante, con mucha tolerancia y mucho desparpajo, por arriba y por abajo. Pero, como creo hacer dicho antes, Ernesto es argentino, y le gusta luchar contracorriente: ha denunciado a la tolerante comunidad y en su urbanización ya hay quien sospecha que tuvo algo que ver con la dictadura militar, a pesar de que, por aquel entonces, vestía pantalón corto.

Pero volvamos a la educación, que tanto preocupa a nuestros políticos. Fue entonces cuando llegó la primera comunión de otra de sus hijas. El cura formador reunió a todos los aspirantes el primer día alrededor de una mesa del comedor. En una parte había unos pinchos estupendos, cocacolas y pastelillos. En la otra no había nada. El sacerdote ordenó a la chavalería del país de Abundancia que atacaran el condumio, mientras lo otros, los habitantes de Carestía, observaban, perplejos, el banquete ajeno. Cuando terminaron, se dirigió a unos y a otros, pero especialmente a los otros: ¿Lo veis? Así es el mundo, pero así es como no debería ser. Y la lección no resultó inútil porque los hambrientos, a pesar de su edad y escasa experiencia, sugirieron aceptar el asunto con cierta resignación y no estrangularon a sus compañeros de mesa, más que nada para no unir hambruna y violencia.

De la Eucaristía, propiamente dicha, no les hablaron mucho, pero de la fraternidad entre el norte depredador y el sur hambriento (del planeta, quiero decir) se jartaron, oiga usted.

Pero no fue eso lo que preocupó a Ernesto. Lo que realmente le inquietó fue la actitud de los padres españoles, atareadísimos en preparar el solemne acto. Se cursaban invitaciones (sí, para una comunión) regalos y se reservaba el restaurante con meses de antelación. A la esposa de Ernesto, alguien le cifró en 2.000 euros el coste de la Primera Comunión, donde, definitivamente, los chicos saldrían muy edificados y pendientes del Tercer Mundo y la capa de ozono (no sé si les he dicho, pero lo del ozono va fatal, y la culpa la tiene Bush).

Fue entonces, justamente entonces, cuando Ernesto decidió retirar a su hija de la Primera Comunión. Decidió también enseñarle catecismo en casa todos los sábados y decidió que, con un vestido bastante apañado, hiciera su primera comunión en una parroquia, en Misa de domingo, tal y como hacen los inmigrantes hispanos en algunas parroquias de Madrid.

Y también decidió liberar a toda la chavalería, los de la Comunión y los de la Confirmación, niños y adolescentes, de tan cristiano centro, apuntarles a una escuela pública y darles él mismo, clases de religión en su casa.

Oiga, le va de cine. Todo porque se ha dado cuenta de que a contracorriente se vive mucho mejor también en la madre patria.

Sigue peleando en todos los frentes, también el judicial, pero cuando algunos le dicen lo mal que está el mundo, responde siempre que peor estaba en los años ochenta y, de un plumazo, el marxismo se desmoronó. La procacidad de la madre patria, verdadera fábrica de jóvenes tristes y desamorados se derrumbará igualmente, como un azucarillo. Sólo se precisa más amor y menos dinero.

Eulogio López