Da gusto ver actuar a los viejos actores y da gusto escuchar a los viejos economistas. Con los años, unos y otros se han despojado del feo vicio de la pedantería y hablan, no sólo con claridad, sino también con clarividencia.

Ayer, Juan Velarde Fuertes, provecto economista, disertaba en el seminario organizado por el diario electrónico Análisis Digital, de la Fundación García Morente, sobre la crisis económica y la ética. Su tesis es bien sencilla: o nos ajustamos el cinturón durante los próximos cinco años o tendremos crisis durante los próximos 50.

Dos datos: nuestro déficit por cuenta corriente ocupa el lugar cuadragésimo primero entre las 42 economías más importantes del mundo. No está mal, ¿eh? Sólo nos supera un país insignificante: Estados Unidos. Nuestro problema, en efecto, es de competitividad pero, sobre todo, de apertura al exterior.

Ahora bien, en materia de déficit público hay quien nos supera: por ejemplo, Reino Unido. Pero para combatir ambos déficits, el exterior y el fiscal, casi siempre paralelos, los británicos pueden devaluar la libra, mientras España no puede porque forma parte del euro y, a estas alturas, sería complicado resucitar la peseta.

Pero de las comparaciones de Velarde hay una que me ha llamado especialmente la atención. Se trata del parangón de nuestra economía con su propia historia, del parangón con nosotros mismos. Ojo al dato: el derrumbe actual del PIB español sólo es superado por el ocurrido en 1868, que supuso la caída de Isabel II y la llegada de la II República, por el acaecido como consecuencia de la Guerra de Cuba y el fin del imperio, a partir de 1896 y por el que tuvo como causa la Guerra Civil, en 1936. Y la historia del déficit fiscal, de los políticos derrochones, tampoco es manca: nunca, desde 1850, en que se tienen estadísticas, habíamos tenido un déficit público como el actual.

Lo dicho: o un lustro de austeridad o diez lustros de penuria.

Eulogio López

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