McCain reinventa el centro-reformismo de Aznar

Los republicanos norteamericanos deberían recrearse en el caso de José María Aznar. A Aznar le preocupaban que algunos valores históricos de la derecha española, especialmente el del aborto, le arrebataran votos de centro. Tanto es así que comenzó a borrar de los borradores de sus discursos cualquier alusión al aborto, esa incomodísima y lamentable realidad.

Por suprimir, suprimió hasta el mismo calificativo de derecha. El PP pasó a ser centrorreformista. Nadie sabía qué significaba tamaña horterada, que acabó convirtiéndose, como no podía ser de otra forma, en materia de viñetistas y objeto de escarnio público.

A John McCain, como en su día a Aznar, alguien debería haberle recordado que es mejor ponerse una vez colorado que diez amarillo.

El tercer debate colocó a McCain allí donde Obama le quería: en el nerviosismo del boxeador que ve cómo se le acaban los asaltos y tiene que arriesgar, porque el contrario le gana a los puntos.

Pero una vez que se han abandonado los principios sobre los que te mantienes, por ejemplo, una vez que has abandonado el principio básico de la búsqueda prioritaria del bien común, una vez que te has rendido ante Wall Street y has condenado al norteamericano medio -e indirectamente a todo el planeta- a pagar a los especuladores su dinero, da igual que digas que Obama conoció a un terrorista tiempo atrás. McCain perdió su gran oportunidad y ahora no puede atacar a Obama donde más le duele: en su enorme mentira de que piensa rebajar los impuestos. ¿Cómo va a rebajar los impuestos cuando con el dinero de los impuestos se van a pagar las pérdidas de la especulación financiera para reactivar el crédito y, con él, la actividad económica? Es imposible. La presión fiscal subirá en todo Occidente tras el Plan Bush y los no menos estúpidos planes europeos. Y al final, la cadena, como siempre, se romperá por el eslabón más débil: los que pasan apuros para llegar a fin de mes.

Pero McCain no puede decirle eso a Obama, porque McCain, como el demócrata se encarga de recordarle, apoyó el Plan Bush. En ese punto, ambos son hermanos de leche.

La desastrosa campaña de McCain no oculta, sin embargo, que el progresismo USA se ha refugiado en el partido demócrata, algo bastante triste, dicho sea de paso.

O se cree en el hombre o sólo se cree en estructuras y sistemas

En resumen, y retomando el ejemplo del aborto, que es mucho más que el aborto. Quien opta por la vida humana, es, en sentido estricto, el político que cree en la humanidad y, lo que es más importante, en el hombre. Obama no cree en el hombre, sólo en su calidad de vida. Para él la vida no es un riesgo, sino algo que no merece la pena ser vivida si no es con una cierta comodidad. Por eso fomenta y promueve el aborto -la mejor manera de aumentar la calidad de vida es distribuir los bienes existentes entre menos-, cree que la paz es posible sin la justicia, es decir, que no es más que una ausencia de guerra. También cree en las políticas de cuota migratorias, porque si no cree en el hombre mucho menos en el hombre inculto y pobre que es el inmigrante -de otra forma, no emigraría- y sólo ve en ese emigrante un contrato social: tienes derecho a vivir aquí si aportas tu parte y desde el primer día, es decir, si tienes puesto de trabajo. Ahora bien, para eso no hace falta ninguna política migratoria ni ningún arrebato de solidaridad: si sólo acoges a quien ya viene con el trabajo bajo el brazo le acoges porque lo necesitas.

De la misma forma, como Obama no cree en el hombre ni en la vida, se ve obligado a creer en estructuras y sistemas. Por ejemplo, ante la crisis financiera el candidato cree -y para eso se necesita mucha más fe que la exigida por cualquier credo- que es necesario salvar el sistema financiero a costa del contribuyente, es decir, el sistema es el fin y la persona el medio sacrificial. Las demás tontunas vienen por sí solas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com