La verdad es que la vencedora del 29-S ha resultado la más atacada: la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Durante los tres últimos meses, desde la huelga salvaje del metro, en junio, Aguirre es la única que ha tomado medidas ante CCOO y UGT. El martes 28 volvió a repetir que reducirá los liberados sindicales desde los 3.300 actuales a 1.430. Pero el PP de Mariano Rajoy no apoya esta batalla. Batalla que no consiste en reducir liberados ni en eliminar a los sindicatos, sino en eliminar el poder omnímodo de CCOO y UGT, que se arrogan la representación de los trabajadores.
En pocas palabras, se trata de que surjan nuevos sindicatos y de que dos enfermos agónicos sólo que poderosos, gracias al dinero público. Nadie confía en los sindicatos de clase y a partir del 29 de setiembre menos, dejen de vivir a cuenta del Estado. Se trata, en resumen, de que los sindicatos, y lo mismo debería ocurrir con los partidos políticos, vivan de su afiliados. Si acaso, que se les aplique la llamada financiación de la Iglesia y las ONG, que no es tal, sino dedicar una mínima parte de lo que el contribuyente tiene que pagar, sí o sí, a un fin específico.
Lo que está claro es que hay que acabar con los privilegios sindicales. Mejor dicho, con los privilegios de dos centrales, ligadas a formaciones de izquierdas, que se comportan como si fueran los amos de España y que se han convertido al matonismo. En mi juventud he sido muy sindicalero, luego me he convertido en un crítico. Tras el 29-S ya no soy un crítico, porque esos sindicatos se han convertido en algo parecido a los sindicatos verticales: no son ya unas asociaciones: son instituciones públicas con privilegios privados. Hoy, soy un convencido de que hay que terminar con el poder de CCOO y UGT, y que surjan otros sindicatos que se preocupen de defender a los trabajadores y no de hacer política.
Y por cierto, la patronal, que sí vive de sus cuotas (bueno, y de los cursos del Forcem, (otra mamandurria que hay que aclarar) debería también renovarse, no en su espíritu sino en su cúpula: Díaz Ferrán tampoco representa a nadie, aunque en la jornada de huelga haya hecho un resumen interesante: donde no hay piquetes, no hay huelga. Es verdad, más que una huelga pactada -con el Gobierno Zapatero- ha sido una huelga forzada y, por ello, fracasada.
Eulogio López
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