Caen algunas cortinas de la gran manipulación del Tratado Constitucional europeo, ante el referéndum del próximo día 20 de febrero. Algo es algo. Seguramente, no se llegará a tiempo para invertir el resultado, pero sería bonísimo que en España creciera el No, aunque sólo sea para forjar algo parecido al debate sobre el texto constitucional. Por ejemplo, la primera razón para el No, que hemos coreado en muchas ocasiones, es ahora repetida por muchos otros, especialmente en Internet, que una vez más se sitúa en la vanguardia del debate intelectual: El Tratado constitucional no es una Constitución, o recopilación de los derechos de las personas frente al Estado. Es, en expresión que está creando escuela, un acuerdo entre Estados (yo más bien diría entre Gobiernos).

No es un referéndum, dado que se aprobará independientemente de que en algún país de los que someten el Tratado a referéndum los ciudadanos voten mayoritariamente No. Entonces, ¿para qué convocan? Pues, para dar una apariencia de democracia, naturalmente. Aunque los hay peores: los hay que no convocan al pueblo. ¿De verdad puede aprobarse una Constitución, principio de todo régimen democrático, sin preguntarles a los ciudadanos si la aceptan?

No es cristiana. Es más, asume los principios de la Ilustración. Todavía no nos han pedido que acudamos a la Grand Place de Bruselas a adorar a la diosa Razón (me sé yo de alguna actriz española que estaría encantada de ponerse en cueros sobre una mesa, allá en la capital comunitaria, para que todos la adorásemos. El nivel de sacrifico del mundo del espectáculo y su entrega a la causa europea es grande), pero todo se andará. Del Cristianismo no se habla, pero del pluralismo sí, con lo que nos quedamos sin saber cuáles son los elementos de esa pluralidad, cuáles son los singulares del plural, si ustedes me entienden. He llegado a la conclusión de que los europeos somos una quimera, un espejismo de la mente: no es que no tengamos principios, es que no existimos. No es esto, que diría Ortega y Gasset; No es, añadiría Zubiri; Están todo locos, sentenciaría Obelix.

Por lo demás, la más que endeble defensa de la vida humana en el Tratado Constitucional y la inexistente defensa del no nacido convierten al texto en carne de cañón para el Imperio de la Muerte, para el Nuevo Orden Mundial que predican las grandes potencias. Porque el Tratado Constitucional del masoncete de Giscard no surge de la nada; es hijo de la historia de la Unión Europea, que se empezó a malear desde el momento en que sus padres fundadores son relegados. Veamos la atmósfera en la que nace el Tratado, para no descontextualizarlo, como dicen los cursis:

En julio de 2002, aunque el proyecto se había gestado 18 meses atrás, el Nuevo Orden Mundial (fabriquémosle las siglas: NOM) consigue una de sus grandes victorias en el Parlamento Europeo, un organismo que manda poco pero incordia cantidad. El viejo anhelo de todo el lobby abortero mundial, pasar del aborto libre al aborto obligatorio, se conseguía para la Unión Europea: una vez que el mandamiento de la nueva ética internacional (los derechos reproductivos, es decir, el aborto, es un derecho humano) se consigue, el siguiente paso consiste en que todo Gobierno, institución o persona que prohíba el aborto, es decir, que defienda la vida del no nacido, es un delincuente.

En la práctica, esto supone que desde 2002, ningún país que defienda la vida puede ser miembro de la Unión Europea.

Insisto, el aborto es mucho más que el aborto. Los partidarios del NOM saben perfectamente que su gran enemigo es la Iglesia. Casi lo de menos es el famoso Preámbulo de reconocimiento de las raíces cristianas de Europa. No, lo peor es la atmósfera en la que nace esa negativa a plasmar el origen cristiano del Viejo Continente y de todo Occidente.

Tras la primera y gran victoria se han sucedido cinco iniciativas anticristianas en las comunidades europeas. La primera, la resolución sobre injerencia de la Santa Sede en las legislaciones de salud sexual y reproductiva, de 3 de febrero de 2002. Se trata de que el Vaticano no pueda levantar la voz en defensa de los  no nacidos.

La segunda es similar, y afecta directamente a la Convención, que elaboró el texto constitucional que ahora se nos somete a votación: Resolución sobre la injerencia de la Comisión de Conferencias Episcopales de Europa sobre los trabajos de la Convención Europea (24 de mayo de 2002). Es una nueva treta del Nuevo Orden Mundial, del que Giscard DEstaing es un fervoroso entusiasta: los obispos europeos no se habían entrometido en nada, simplemente habían expresado su opinión, pero es muy fácil convertir la libertad de expresión en injerencia. Al igual que ha ocurrido ahora con Juan Pablo II, cuando ha criticado la obsesión anticlerical del Gobierno Zapatero, lo que se pretende no es preservar la independencia de las instituciones civiles sino amordazar a la Iglesia.

El tercer proyecto, también del Parlamento, consistió en sumarse a la petición de Católicas por el Derecho a Decidir (ya se imaginan de qué decisión hablamos), uno de los grupos aborteros más peligrosos, con gran influencia en Naciones Unidas, para privar a la Santa Sede de su Estatuto como observador permanente ante Naciones Unidas. El Vaticano, no vota, pero tiene voz en la Asamblea. Pues bien, se trata de ponerles una mordaza. La Unión Europea ha apoyado esta pretensión.

El cuarto proyecto pertenece también al Parlamento Europeo : Resolución sobre Libertad Religiosa. En ellas, por mor de la sagrada imparcialidad del Estado, se equipara a todo tipo de sectas con las iglesias cristianas y en especial, con la Iglesia de Roma, que es de lo que se trata. Por cierto, dicha equiparación constituye una de las bases del actual Tratado Constitucional.

Por último (aunque se podrían poner muchos más ejemplos), el Parlamento aprovechó el escándalo, exagerado hasta la náusea por los medios informativos progresistas, de la pedofilia en algunos, pocos, sacerdotes estadounidenses, para lanzar un proyecto de resolución acerca de la primacía de la jurisdicción civil sobre la jurisdicción eclesiástica en materia de pedofilia, que, como afirma el argentino Juan Claudio Sanahuja, no es más que la expresión de la vieja pretensión masónica de extender la jurisdicción de los tribunales civiles a los problemas internos de la Iglesia.

En este caldo de cultivo, puro imperialismo demográfico, pura cultura de la muerte y odio a la Iglesia es donde se ha gestado el Tratado Constitucional. La verdad, visto lo visto, hay que ser muy tonto para ser católico y votar sí en el referéndum del 20 de febrero. Hay que ser más tonto que un obrero de derechas o un varón feminista.

Eulogio López