En distintos sectores económicos, verbigracia el petrolero y el bancario, se viene repitiendo desde tiempo atrás: Rodríguez Zapatero es masón. Para ser más exactos, que en todo hay distingos, sería francmasón, al igual que su ministro del Interior, José Antonio Alonso. Los matices vienen luego: Ha habido un reparto de papeles a fin de evitar el efecto Mario Conde. No sé si se acuerdan. Conde llegó tan rápido a la Presidencia de Banesto, el gran banco español, que el Gran Maestro de la Gran Logia de España (en la masonería todo es grande, no se repara en gastos), don Lluís Salat, se vio obligado a aclarar que don Mario Conde estaba en la situación de durmiente. Ahora no interesa, porque Conde está en la cárcel y a la masonería no le interesan los dictadores.

Ahora bien, según esas mismas fuentes, Zapatero y Alonso serían francmasones, es decir, el núcleo de poder que, desde sus bases habituales, Bruselas y Estrasburgo, controlan toda la política francesa y están más que infiltrados en las instituciones comunitarias. En Francia, no sólo los socialistas, sino también los gaullistas de Chirac están pendientes de la masonería.

Más, antiguos colaboradores de José María Aznar están convencidos de que la francmasonería no fue ajena ni al episodio de El Perejil (tanto Aznar como su mujer, Ana Botella, recuerdan en sus libros de memorias que si la operación de rescate del islote Perejil hubiera fracasado, el entonces inquilino de La Moncloa hubiera presentado su dimisión) ni, lo que es mucho más grave, que la francmasonería francesa no es ajena al montaje del 23-F.

El mismo Chirac acaba de contar en un libro que en el conflicto hispano-marroquí por Perejil él estaba a favor de Rabat. De la misma forma, y esto es mucho más grave, los hay convencidos de que la masonería francesa no es ajena o al menos no hizo lo posible por impedir el atentado del 11-M. Recuérdese que el empeño primero de Zapatero nada más llegar al poder fue cerrar cualquier vía de investigación que llevara a Marruecos y a Francia. Fueron los dos primeros países que visitó y sobre su profunda amistad ha cuajado toda su política exterior. La duda está en saber si hablamos de afrancesamiento o de francmasonería.

Es más, colaboradores de Aznar reconocen que a esto se refería el entonces presidente del Gobierno cuando, antes de abandonar el cargo, defendió su alineamiento con Estado Unidos, afirmando que ya era hora de romper con Francia, que había dictado la política exterior española desde 1808.   

No puedo confirmar que Zapatero sea masón, pero su política ha sido masónica desde el comienzo. A la francmasonería, es decir, a la masonería más anticlerical y más anti-romana, siempre le han preocupado tres cosas: la vida, la familia y la educación religiosa. Lo primero que hizo el actual presidente del Gobierno fue suprimir la aplicación de la enseñanza de la signatura de Religión. Antes de hacer una norma a su gusto, prefirió paralizar la que había hecho el Partido Popular.

Por otra parte, los dos ataques más claros del laicismo actual contra la vida y la familia natural, es decir, contra los principios cristianos (¿para qué hablar de principios y de ley natural, cuando no existe consenso sobre lo que es y no es ley natural?), son la manipulación de embriones y la píldora post-coital. Zapatero ha decretado la manipulación de embriones más sangrante de toda Europa con la excepción del Reino Unido, al tiempo que el aparato municipal y autonómico de los socialistas (en este caso, secundado por líderes del PP, por ejemplo Ruiz-Gallardón) se encarga de repartir, gratis total, píldoras entre los adolescentes a espaldas de sus padres. Con la matanza de embriones se cloroformiza (¿se sodomiza?) a una sociedad abotargada sobre el valor de la persona más indefensa, hasta el punto de crear niños para el laboratorio. Con la píldora del día después se puede atentar contra la vida, pero se atenta, antes que nada, contra la patria potestad de los padres, es decir, contra el corazón mismo de la unidad familiar. 

En algunos estamentos eclesiales lo tienen muy claro: España se ha convertido en el banco de pruebas del laicismo masónico, para ser más exactos, de la francmasonería.

No afirmo, porque no puedo demostrar, pero no todo lo que es verdad es demostrable. Es más, no afirmo porque temo más a los consensos que a las conspiraciones. Pero hay pasiones en que es difícil evitar la sensación de que los consensos son provocados por profesionales de la conspiración, esa gente a la que no anima un propósito altruista, sino que funciona como una sociedad de mutuo auxilio. A fin de cuentas, vivimos en un mundo de unanimidades extrañas y un mundo en el que el elitismo masónico, relativista, elegante, superficial, se palpa en demasiadas situaciones. Ejemplo : la unanimidad respecto al Sí en el Tratado Constitucional, un texto claramente masónico, en el que se ahoga la voz de los partidarios del No, y donde el único enemigo del Sistema parece ser la pereza de votar.

Eulogio López