España lidera el ‘suicidio de Europa' porque el miedo le impide pensar. Toda la política del Gobierno ZP durante el trienio ha consistido en negar la evidencia de que llegó a la Moncloa sobre 192 cadáveres. La Alianza de Civilizaciones, la mayor majadería del neonato siglo XXI, es hija el Síndrome de Estocolmo, en el que antes vivía Euskadi y ahora todo el país. Tres años después del 11-M, ZP se ha convertido en el tonto útil del Nuevo Orden Mundial que busca acabar con Occidente

A las 15,15 horas del jueves 11 de marzo de 2004, siete horas después de que los explosivos situados en varios convoyes ferroviarios provocaran la muerte de 192 inocentes, cuando la edición especial del diario de Polanco, El País, titulaba que ETA había matado a 192 personas (¿reproducirán tan espléndido titular en su colección de portadas?), Hispanidad apostaba por la autoría islámica. Precisamente, esa edición nos supuso los mayores insultos de nuestros 11 años de vida -con la excepción de las lindezas que nos dedica el lobby gay, y que supera, por grosería, amargura y mala leche, todas las marcas posibles.

Pero no sólo apuntamos a la pista islámica, que la derechona aun se empeña en poner en tela de juicio tres años después. Dijimos algo más. También dijimos que la progresía izquierdona, el zapatismo, se iba a pasar toda la legislatura intentando negar esta verdad evidente: que habían llegado al poder sobre el cadáver de 192 españoles. Desgraciadamente, no nos equivocamos. Recordemos que La izquierda no dimite nunca, y siempre aspira a eternizarse en el poder. Si el presidente del Gobierno imitara a Aznar en una de las pocas decisiones nobles del anterior presidente, la autolimitación de su mandato a ocho años, ZP habría superado la patología de vivir sobre una mentira, consistente en negar la evidencia de que es presidente gracias a la masacre colectiva del 11-M.

Y aún algo más. También dijimos entonces que, con el 11-M, por España se había extendido el Síndrome de Estocolmo, esa expresión de la cobardía individual y pública que trata de comprender, cuando no exaltar, la actitud del secuestrador por temor a que te ejecute, al tiempo que reniega de tus posibles salvadores –por ejemplo, la policía- ante el no menor temor de que su intervención puede provocar tu muerte. El miedo del secuestrado paraliza de tal modo su voluntad que está dispuesto a canonizar a su secuestrador, no por amor, precisamente, sino por el terror que ha paralizado su mente. Una definición casi perfecta de la España actual ante el ataque de Oriente –que es mucho más que el Islam-, a Occidente.

Pues bien, hasta el 11 de marzo de 2004, podríamos decir que tan pernicioso virus sólo infestaba las tierras vascas, donde tras un asesinato de ETA siempre había alguien, no necesariamente batasuno, que dictaminaba: "Algo habrá hecho", y donde toda una marea de celosos demócratas –sí, demócratas, un apelativo que no pone en solfa la democracia sino la conciencia de muchos- estaban dispuestos a encontrar todos los defectos posibles en la España opresora y todas las virtudes posibles –no muchas, ciertamente- en el nacionalismo independentista y en la chulería etarra.

Vergonzoso, pero lógico: buena parte de la sociedad vasca vive paralizada por el miedo, y su instinto de supervivencia, su Síndrome de Estocolmo, les obliga a aplaudir lo que, si fueran libres para elegir, si no vivieran dominados por el pánico y negando la dominación a la que están sometidos, repugnaría a su conciencia y a su estómago.

Pero con el 11-M todo cambió. Para mal, por supuesto. Esta letal nota distintiva del País Vasco, la cobardía del mencionado Síndrome, se extendió por toda España, no respecto a ETA, sino respecto al mundo islámico. En Hispanidad lo llamamos Generación Manjón, porque esta mujer –ahora parece que está sentando cabeza, aunque muy lentamente- es el segundo mejor ejemplo de este pavoroso Síndrome. De sus declaraciones primeras, encendidas y vitriólicas, hijas de la ira, que no del dolor, deducíamos que quien había asesinado a su hijo en los trenes de la línea 2 de cercanías de Madrid era José Maria Aznar. Al principio, todos comprendimos su pena, pero al final, se palpaba más su cobardía, disfrazada de sectarismo, que el sufrimiento.

Digo el segundo mejor ejemplo del Síndrome porque el primero, naturalmente, es el propio Mr. Bean. Su Síndrome de Estocolmo le llevó a inventarse lo de la Alianza de Civilizaciones, una de las mayores majaderías que ha visto el naciente siglo XXI. Tenía miedo a otro atentado por lo que rompió la coalición de posguerra en Irak -una guerra injusta, en efecto, que Aznar apoyó, en efecto, pero en la que no participó-, retiró a las tropas españolas y ridiculizó a nuestro ejército ante el mundo. Al tiempo, introdujo el peligro turco en Europa y se rindió ante el tirano de Marruecos, Mohamed VI, principal sospechoso del 11-M. Su cobardía le ha llevado a exhibir un pacifismo de ‘reality show' (por lo hortera) que le ha convertido en el hazmerreír de la diplomacia internacional, denostado por los norteamericanos y utilizado por los franceses, pero que ha servido para que la TV pública y los canales de Polanco del propio ZP (La Sexta) le entronicen ante los españoles como el estadista que el mundo necesita para asentar la fraternidad universal, una idea que todos los pusilánimes han repetido a lo largo de la historia.

Tres años después del 11-M, ZP se ha convertido en el tonto útil del Nuevo Orden Mundial (NOM), tan inconsistente que los jerarcas del NOM no le toman en serio –nadie le toma enserio cuando llega el momento de decidir- pero que resulta muy útil para mantener viva la antorcha, neo-masónica y ultra-cursi, que ‘ilumina' la centuria.

Y lo peor es que el estilo ZP, marcado por la cobardía de quien sufre Síndrome de Estocolmo acelerado, se ha contagiado al país. La jornada del 11-M fue trágica, pero sus resultados sobre el cuerpo social español han sido peores: hemos vivido tres años de cobardía nacional, que es la mejor definición de lo que ha sido el Zapatismo. Es verdad que Europa se está suicidando, renunciando a sus valores pero lo hace lentamente, avergonzada de sí misma. ZP, en España, prefiere la cicuta rápida y sin necesidad de eutanasia se la aplica a sí mismo con gran entusiasmo, y su segunda, doña Teresa Fernández de la Vega, otro personaje para olvidar, blasona de su ignominia y enarbola lo pusilánime como egregio y el viejo vicio del miedo como nueva filosofía liberadora. Poco les importa a ZP y De la Vega que los valores de Occidente mueran en España, mientras no muera su permanencia en el Palacio de La Moncloa.

Por cierto, lo más patético del Zapatismo de observar al lobby feminista de doña Teresa guardar respetuoso silencio sobre el Islam, el ideario, y la política, que más ha maltratado y cosificado a la mujer.

Europa está renunciando a sus principios, que no son más que principios cristianos. Y todos esos principios pueden resumirse políticamente en una única afirmación: la persona es sagrada, y los derechos del hombre van por delante de los derechos de la colectividad, una idea que en nada contradice al bien común. Esto es Occidente, esto es Europa y esto es el Cristianismo en el foro público, y todos esos principios son hijos del dogma de la redención, de la creencia en la grandeza del hombre que ha sido elevado a la categoría de hijo de Dios y del consiguiente amor y aprecio por la vida humana. Occidente es esperanza y alegría donde Oriente –islámico o no- es determinismo y fatalismo.

A todos estos valores está renunciando la creadora de Occidente, Europa. Pero, insisto, el problema de la España de Zapatero, la España del post 11-M, es que no se suicida lentamente, sino que ha acudido a la cicuta. Es un suicidio consciente, premeditado, veloz. España se ha colocado a la cabeza del suicidio de Occidente… porque el miedo le impide pensar. Y como nadie es capaz de aceptar la propia cobardía, la reacción más primaria es revolverse contra el próximo o contra el posible salvador. Un fenómeno que recibe el nombre mediático de "crispación política".

Y mientras, el partido Popular, prisionero de un par de periodistas pagados de sí mismo, continúa perdido en la tontuna de la teoría de la conspiración. Está claro que el PP no es la salida a la España del miedo, entre otras cosas, porque abandonó los principios cristianos cuando se hizo centro-reformista. Me dicen que ahora, en 2007, Aznar se dice arrepentido de haber cometido ese error. A buenas horas, mangas verdes