Un estudio científico, o humanístico, o académico, es aquel en el que de unas premisas se extraen unas conclusiones. Por el contrario, un estudio progresista es aquel en el que de una conclusión se extraen un montón de premisas que acreditan, sin lugar a dudas, que la tal conclusión es cierta como la existencia de Dios y diáfana como las intenciones del lehendakari Ibarretxe.

Creo que alguna vez, pongamos una por semana, en estas pantallas, hemos dicho que toda la obsesión del equipo de imagen socialista consiste en negar una evidencia tan clara como ésta: Zapatero es presidente gracias a 192 asesinados, aquellos que perdieron la vida un 11 de marzo de 2004, justo hace un año. Un acontecimiento que provocó lo que dio en llamarse, no sin razón, el vuelco electoral, y una tragedia que, además, provocó uno de los fenómenos más claros del Occidente actual: el Síndrome de Estocolmo, un deseo ferviente de encontrar razones que justifiquen al negrero al que se teme, mientras nos revolvemos contra quien puede proporcionarnos una libertad digna, aunque para conseguirlo haya que sufrir. 

El caso de la periodista italiana Giuliana Sgrena resulta ilustrativo. Primero su compañero sentimental afirma que los soldados norteamericanos dispararon adrede, porque temían que Giuliana supiera secretos comprometedores para Estado Unidos. Como es sabido, los terroristas islámicos son los que mejor conocen los secretos de las tropas norteamericanas. Luego, ella misma -acredita su sentimental compañero- afirma que, no está segura, pero cree que los marines dispararon adrede. Ya hemos pasado de la afirmación a la sospecha.

Pero lo mejor viene ahora: ¿Por qué razón sospecha la periodista tan absurda hipótesis? Porque, argumenta, ¡así se lo habían comunicado sus secuestradores! Así, los demócratas mienten; son los terroristas islámicos los que me tienen prisionero, que han ajado mi rostro, que me han amenazado de muerte, que me han tratado como una mercancía sobre la que pagar un rescate, los que dicen la verdad. No digo que no sea posible: sólo que no es muy probable.

El Síndrome de Estocolmo tiene su origen en el miedo, y el miedo es muy comprensible. Cualquiera de nosotros, en el lugar de Giuliana, hubiera sufrido el mismo terror, pero su obligación, una vez liberada, es razonar, no justificar el miedo sentido con explicaciones estrafalarias, otorgando más crédito a un grupo de terroristas fanáticos que a soldados que, sin duda de manera errónea, están defendiendo la libertad   

Volvamos a España: Zapatero siente verdadera necesidad para convencernos y convencerse de que no es presidente gracias a la masacre colectiva. Pues bien, para eso está Polanco, para proporcionar la coartada. A ver, revista Claves de la Razón Práctica, un título de revista muy adecuado al evento que nos ocupa. El profe Ignacio Lago Peñas nos comunica, en un artículo que lleva por encabezamiento Los mecanismos del cambio electoral, que, en el fondo, con atentado o sin él, Zapatero hubiera llegado a La Moncloa. Para ello recoge nada menos que 23 encuestas electorales realizadas durante los meses de enero, febrero y marzo de 2004. En ninguna de ellas, insisto, en ni una sola de ellas, sale vencedor el PSOE. En las 23, que no son pocas, se aseguraba que el próximo presidente del Gobierno iba a ser Mariano Rajoy, del Partido Popular. La ventaja oscila entre los 2,2 y los 10,7 puntos de ventaja. Y no hay mucha diferencia entre los sondeos de enero y los de marzo, quizás una ligera recuperación del PSOE, aunque ya en febrero un sondeo de La Vanguardia rebajaba la diferencia hasta los 4 puntos.

Es igual, nuestro profe ya ha concluido que la tendencia del PSOE era ganadora y que el vuelco no podía rechazarse. Es más, considera que el 11-M no explica por sí solos los resultados. Desde luego, pocas cosas explican, por sí solas, un vuelco electoral. El cambio era tan paulatino como sostenido, advierte Lago Peña, aunque, observando el cuadro de los 23 estudios de opinión, uno diría que era más paulatino que sostenido.

Pero hay más. Según el autor (autoría compartida con José Ramón Montero), que el cambio que nadie esperaba era previsible, se demuestra, fehacientemente, supongo, con dos nuevos estudios post-electorales, uno firmado por Demoscopia y el otro por el Centro de Investigaciones Sociológicas, donde, como todo el mundo sabe, anida la verdad. Lo más curioso es que de esos dos estudios, especialmente del de Demoscopia, se deduce que para la mayoría de los encuestados, el atentado del 11-M provocó el siguiente efecto, y así lo confiesan: o bien no pensaban votar, pero después votaron, o bien cambiaron el objetivo de su voto. Dos afirmaciones que vienen refrendadas por otra aún más taxativa en calidad y cantidad: la gran mayoría piensa que los atentados fueron el resultado de la política del Gobierno del PP. Más Síndrome de Estocolmo

Y así, volvemos a Giuliana y al maldito Síndrome: no fueron los fanáticos musulmanes llegados desde Marruecos quienes asesinaron a las víctimas indefensas de los trenes que circulaban por el este de Madrid, el verdadero asesino fue José María Aznar. Él es quien merece nuestro odio. La hilazón es de lo más lógica: Aznar apoyó a Bush, Bush bombardeó Iraq, los iraquíes tenían derecho a defenderse, se defendieron volando trenes en Madrid, capital de España, donde manda Aznar. Pura lógica. La lógica del miedo, claro está.

Es igual. Los hombres de Polanco, con un poco de suerte, algo de mano izquierda y mucha, mucha cara, son capaces de convertir lo blanco en negro.

Es igual, los hechos son tercos, pero la verdad aún lo es más. Zapatero es presidente gracias al 11-M. Él no tiene culpa de ello y ganó las elecciones legalmente, por lo que nadie tiene derecho a negarle la Presidencia. Pero que no nos hagan comulgar con ruedas de molino. Eso no.

De igual forma, Aznar se equivocó apoyando una guerra injusta, como era la de George Bush en Iraq. Bienintencionada pero profundamente injusta y prueba de ello es lo que estamos viviendo ahora, con más fracasos que éxitos. La libertad mínima, y ni mucho menos asegurada, de la que goza ahora Iraq no merecía tan elevado número de muertos. No es así como se lucha contra el terrorismo. Pero Aznar no mató a las víctimas del 11-M. Eso no, ni aunque lo diga Polanco, ese hombre que llamaba López (su segundo apellido) a José María Aznar, porque apenas puede disimular la animadversión que sentía por el anterior presidente del Gobierno.

Eulogio López