Irene o Iria era una joven noble, muy bella y piadosa, que vivía en Nabancia (Portugal) y a la que daba clases en su casa un sacerdote. Un joven hidalgo, llamado Bartolo, se enamoró de ella y a la salida de la iglesia de San Pedro le confesó su amor. Ella le rechazó porque había consagrado su virginidad a Dios. El joven se desmejoró y enfermó. Irene, entonces, le mandó recado comunicándole su voto de virginidad y que se encontrarían en el Paraíso. Bartolo se tranquilizó al ver que Irene no pertenecería a otro hombre y no obstante, decidió guardarle amor eterno en su corazón. Pero el sacerdote, profesor de Irene, intentó seducirla. Ella le rechazó y le expulsó de la casa. El sacerdote despechado le dijo a Bartolo que Irene iba a ser madre. Cegado el joven esperó a Irene a la salida de la iglesia, la arrastró hasta cerca del río y la atravesó con su espada arrojando el cuerpo a la corriente para no volver a verlo más. Pero encontraron a Irene en la orilla del Tajo, frente a la villa de Scalabis a la que se llama desde entonces Santarem (Santa Irene o Santa Iria). Corría el siglo VI. Esta es la leyenda, con algunos visos de historicidad, tal como la cuenta Englebert.
Siempre se ha afirmado que es muy difícil que un sacerdote se salve o se condene solo.
(Las fuentes principales, que no las únicas, de las que se han tomado los datos para redactar
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Libros: Los clásicos de siglos pasados de Santiago de
Pilar Riestra