“Los españoles se merecen
un gobierno que no les mienta”,
clamaba alto y fuerte en televisión.
Con mentirosa frase lapidaria
cambiar el voto consiguió;
revivir rencores ya olvidados,
sentando las bases de la división,
y el destino de una nación.
 
La intriga, su puchero necesario,
jamás se descubría cosa alguna,
en la que no fuese palmario
encontrarlo en algo complicado.
Y hubiera arrancado vuestros secretos
con aire de calma y desinterés.
Intrigaba en todo tiempo, todas partes,
de todos modos, con todas las artes.
 
La muerte le atrapó, como el cogió,
sin esperarla, con aire de calma.
Aunque con honores se le despidió,
quedará para siempre en el aire
en calma, su frase lapidaria,
y su mentira en verdad se muda:
“Un gobernante que les miente,
los españoles no se merecen”