El blanco del armiño, la púrpura del manto,
que el hombre ha perseguido sin descanso,
desde el albor de los tiempos, cuando el creador,
al hombre y la mujer, del mundo, los hizo propietarios,
y conseguir ser con el poder, coronados.
 
El blanco del armiño, la púrpura del manto,
sobre los hombros de quien no los ambiciona,
que el blanco y la púrpura no le deslumbran,
que de la responsabilidad y servicio que significan,
piensa que no es digno, y le abruman.
 
Ese blanco del armiño, esa púrpura del manto,
aunque ahora no se vean, pero existen,
son un peso, que cambian al que los lleva.
A unos los eleva a la máxima grandeza
y a otros, los hunde, en la tiranía más perversa.