Bendita imperfección es la del hombre,
que le permite saber, que Dios no es.
Y que su justicia es imperfecta,
su igualitarismo una quimera,
y su corazón, sin Dios, una piedra
que caerá sin remedio, en las tinieblas.
 
Más, cuando la soberbia en juego entra
y la vanidad se sube a la cabeza:
todo en él se convierte en apariencia,
que encarna la perfección, piensa;
que lo blanco y su contrario son
la verdad, según su sabia decisión.
 
Y así, sin que nos demos casi cuenta,
unos por poder, otros por dinero,
quien por su falsaria resistencia,
y los más, por su miedo y cobardía,
cediendo o loando su quimera,
acabamos bajo su tiranía.
 
Y al levantar la cabeza y mirar al cielo,
sobre nuestra imperfección apoyamos
los pies, que sobre ese suelo asentamos;
para combatir decididos la tiranía,
con el valor que fue siempre vencida:
con nuestra imperfección bendita.