Hasta dónde, la ambición
puede ser tolerada,
de un hombre que pone en riesgo,
la dignidad y el ser de una nación.
Admitiendo sin tapujos, el chantaje
de unos sediciosos condenados,
de otros inhabilitados,
y de un autonomía,
que obedecerle deberían.
Y así se convierte en felón,
escudándose en un diálogo
al que negarse tendría,
al poner en neto riesgo,
la seguridad de la nación.
Si en esa mesa se sentase,
es que admite la condición
puesta por los chantajistas,
de discutir, como separar
para su beneficio y ambición,
una parte de España;
poniendo los cimientos,
en ésta, de su destrucción.
Es la hora de poner coto
a tanta chulería y ambición,
aplicándole al presidente,
el artículo ciento dos,
de nuestra Constitución;
y a los sediciosos irredentos
mantenerlos sin darles altavoz
ni privilegios, en prisión.