Carga de la caballería carlista de la Expedición Real. Augusto Ferrer-Dalmau, 2007. Museo Carlista de Madrid
Inmensa tiene que ser la figura de Ignacio Baleztena (1887-1972) para que el actual alcalde de Pamplona, Joseba Asiron, del partido EH Bildu, haya afirmado de él lo siguiente: «contribuyó a dibujar el alma de Pamplona y sus fiestas en el siglo XX, y el volumen y la amplitud de sus aportaciones en este sentido es, sencillamente, apabullante». En efecto, Ignacio Baleztena es el autor de la famosa canción “Uno de enero, dos de febrero…”, promovió el “Riau-Riau” y otros tantos aspectos que hoy se consideran tradicionales en las fiestas de San Fermín. Pero Ignacio Baleztena era ante todo un carlista de pies a cabeza y fue quien puso la letra moderna al himno Oriamendi, una de cuyas estrofas, aunque no se sea carlista todo el mundo conoce: “Por Dios, por la patria y el rey…”.
En efecto, no se puede definir mejor el carlismo con tan pocas palabras: “Por Dios, por la patria y el rey”. Los tres ideales inseparablemente unidos y por ese orden, porque si fuera por el orden inverso, “por el rey, por la patria y por Dios”, ese sería el lema de un católico moderadito metido en política, cuyo único afán es mantenerse en el cargo, olvidándose de Dios, y poniendo como excusa que lucha por el rey y por la patria, que en nuestros días se llaman respectivamente constitución y nación española, conceptos que en la práctica están tan vacíos de contenido que pueden servir para defender una cosa y su contraria, según convenga.
Y precisamente porque la voluntad de Dios es el principio que rige la conducta de un carlista, son muchos los carlistas que ya están en los altares o en proceso de beatificación. Javier Urcelay es un historiador pintado de director comercial de grandes empresas. Yo le descubrí como historiador cuando leí su biografía de Cabrera, un libro que he recomendado todos los años en la Facultad de Historia de la Universidad de Alcalá, porque a través del personaje se describe maravillosamente el primer desarrollo del carlismo durante el reinado de Isabel II (1833-1868). Pues bien, Javier Urcelay acaba de publicar un libro sobre el carlismo con un enfoque que nunca se había hecho. Con el título se entenderá de qué se trata: Carlistas en los altares. Apuntes biográficos. Por cierto, un libro que tendré el honor de presentar el próximo martes día 29, a las siete de la tarde en el aula Isabel La Católica, que está en el número 31 de la madrileña calle Julián Camarillo.
De todos ellos (los políticos católicos que han actuado en política con responsabilidades de gobierno) y a juzgar por sus actuaciones públicas yo no podría proponer para que se le abra proceso de beatificación a ni uno solo, pero es que ni a uno solo, ni de los que están actualmente en activo, ni de los que han abandonado la política
Para hacernos una idea diré que el libro lo componen 65 biografías breves de carlistas, que ya son santos, beatos o están en proceso de beatificación. Hay nombres muy conocidos como Santa Joaquina Vedruna, Santa Micaela María del Santísimo Sacramento, San Ezequiel Moreno, San José Mañanet y Vives, Beato Manuel Domingo y Sol o la Beata María Rafols. En el libro aparecen tanto personajes del siglo XIX como los mártires de la persecución religiosa, que llevaran a cabo los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por la masonería, durante la Segunda República y la Guerra Civil.
Y como el libro es pionero en el análisis de los carlistas elevados a los altares, el autor se cura en salud, advirtiendo que puede que algún carlista santo, beato o en proceso de beatificación se le haya pasado por alto, ya que es posible que no estén todos los que son, aunque lo son todos los que están.
Como es sabido, el rey carlista Carlos VII mediante carta de 5 de noviembre de 1895 a su delegado en España, el marqués de Cerralbo, estableció que se celebrase la fiesta de los Mártires de la Tradición. A propósito del nombre de esta fiesta, Javier Urcelay hace unas consideraciones del martirio, que coinciden con el concepto que yo he expuesto en artículos anteriores con el nombre de “el martirio de la coherencia”. Esto es lo que dice Javier Urcelay sobre este tema: “Quien no vive como piensa, acaba pensando como vive”, reza una vieja máxima de la sabiduría moral. Nos alerta así del riesgo de divorcio entre lo que declaramos y lo que hacemos, entre lo que honramos con los labios y lo que demostramos con los hechos.
Nos recuerda, así, la importancia de la unidad de vida, de ser los mismos en familia que en la vida profesional, hacia fuera y en nuestra vida privada, en el éxito o en el infortunio, cuando estamos solos o cuando nos rodean los demás. La unidad de vida nos hace coherentes y consecuentes como personas, tanto como la dualidad nos hace imprevisibles y contradictorios.
El martirio es la entrega de la vida, sin medias tintas, sin reservas, sin vuelta atrás. La Vida Eterna es su recompensa, pues Dios no negará a los que han sabido confesarle delante de los hombres.
La apostasía es, por el contrario, la opción por el bien sensible inmediato, la primacía de la existencia sobre la esencia que a ella se sacrifica. Consigue el perdón de la vida, pero la acompaña el oprobio de la indignidad, de la traición, de la eventual desesperación de una vida imposible sin esperanza.
Pero, así como hay un martirio incruento, algo así como un negarse a sí mismo y un dar la vida poco a poco, en pequeñas dosis, hay también una apostasía dulcificada y sin estridencias, disimulada y sin el baldón de que se perciba públicamente.
Parafraseando el título de Javier Urcelay, y para que con el tiempo se puede escribir un libro titulado “demócratas españoles en los altares”, tendrían que empezar por pedir perdón por su incoherencia y vivir de modo ejemplar. Y conste que si así lo hacen no serían considerados bichos raros, pues desde hace dos mil años está vigente lo de “arrepentidos quiere Dios”
Está representada por ese pensar de una manera y vivir de otra, proclamar una cosa y hacer otra, defender nominalmente unos valores y aceptar que nuestra vida, en la práctica, está regida por otros. Poner una vela a Dios y otra al demonio; nadar y guardar la ropa; defender unos principios y olvidarse de ellos en nuestras prioridades, nuestra conducta y proceder diario”.
Y para mí que los dos últimos párrafos anteriores recuerdan el comportamiento de los católicos que han actuado en política con responsabiliades de gobierno, concretamente los que han intervenido en la llamada transición después de la muerte de Franco, que es la etapa que mejor conozco por ser testigo de vista. De todos ellos y a juzgar por sus actuaciones públicas yo no podría proponer para que se le abra proceso de beatificación a ni uno solo, pero es que ni a uno solo, ni de los están actualmente en activo, ni de los que han abandonado la política. Aunque también es posible que yo no haya podido ver tanta santidad escondida entre los católicos moderaditos. Y en cambio, la lista de los que han dado escándalo por su comportamiento incoherente es interminable.
Así es que, parafraseando el título de Javier Urcelay, y para que con el tiempo se pueda escribir un libro titulado “demócratas españoles en los altares”, tendrían que empezar por pedir perdón por el dsño causado por su incoherencia. Y conste que si así lo hacen no serían considerados bichos raros, pues desde hace dos mil años en la Iglesia está vigente lo de “arrepentidos quiere Dios”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá