• La pequeña confusión posmoderna con la cosa de la ficción, del arte.
  • Claro que en la ficción se pueden tratar todos los temas, hasta los más sórdidos.
  • El asunto estriba en saber el bien del mal, la verdad de la mentira y lo bello de lo feo.
  • Por otra parte, ¿tan difícil es comprender que el escarnio de lo sagrado, al menos para muchos millones de personas, moleste a muchos millones de personas?
  • Algunos sólo defienden la libertad de expresión de lo políticamente correcto.
El adagio clásico aseguraba que "es mejor no saber algo que saberlo de modo erróneo". Esto es lo que percibo con la polémica acerca los titiriteros del Ayuntamiento de Madrid, punta de lanza de Podemos. Ejemplo, escucho a la alcaldesa Carmena que si el mal es en la ficción no pasa nada. Escucho a los titiriteros asegurar que también Shakeapeare retrataba el mal. Y en televisión un actor promete que el mal es muy creativo. Bueno el mal no es creativo ni lo será nunca. El mal no es más que la ausencia de bien. Por tanto, el mal, por decirlo así, no existe. Ahora bien, dentro de un marco de ficción. De hecho, el arte no es otra cosa que analizar el bien y el mal, por lo general a través de una historia. La confusión estriba en que no se trata de no hablar del mal hay -que hablar y cuanto más mejor- sino de no confundir el bien con el mal y, sobre todo, no llamar al mal, bien y al bien, mal. El problema no es que hable el malo, que hable todo lo que quiera, el problema es que el artista, aclare quién es el bueno y quién es el malo. Ya saben, lo de Pedro Almodóvar. El cine clásico contaba historias con el siguiente patrón: el bueno mata al malo y se casa con la guapa. Con Pedro Almodóvar y la modernidad (con los Premios Goya, para entendernos) hemos  cambiado mucho: ahora el malo mata a la guapa y se casa con el bueno y, ya de paso, se confunden el bueno y el malo hasta no saber cuál es cual. Los titiriteros no estaban mostrando el mal: estaban defendiendo el mal. Aparte de que hay que estar un poco grillado para hacer que unas marionetas interpreten la violación de una monja o su asesinato a cristazos, lo cierto es que no sólo mostraban el mal: lo promocionaban. A partir de ahí, el resto es más sabido. Por ejemplo, la libertad de expresión no consiste en insultar. La obra de los titiriteros no era nociva para los niños, injuriaba a los mayores. A mí, por ejemplo, que soy católico. ¿Tan difícil es comprender que el escarnio de lo sagrado, al menos para muchos millones de personas, moleste a muchos millones de personas? ¿De verdad que resulta tan difícil de entender lo obvio? En tercer lugar, percibo a muchos, demasiados, que defienden la libertad de expresión pero sólo de lo políticamente correcto. Por ejemplo, el cristiano es políticamente incorrecto, ergo no tiene libertad de expresión. La blasfemia sí es políticamente correcta, ergo es acreedora a esa libertad. Eulogio López eulogio@hispanidad.com