• El pecado es manejable; la soberbia, inaccesible.
  • Todo pecado es perdonable menos la negación del pecado.
  • En cuanto le dices a un divorciado que exige comulgar que viva como hermano y hermana se busca un segundo dictamen 'médico'.
"El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas", decía un tal Agustín de Hipona. Como además de intelectual era obispo, seguro que no sólo se refería al sacramento de la penitencia sino a la vida entera, en su totalidad manifiesta. Y ya puestos a citar, asegura el africano que "la medicina no cura lo que ignora". Es decir, que para que haya confesión y, por tanto, cambio, se necesita alguien que perdona y alguien que cuente aquello de lo que se arrepiente al representante de Dios. Y todo esto viene a cuento del Sínodo de la Familia, también conocido como el 'puñetero sínodo'. Está bien, soy yo el que lo conoce así, pero me gusta arroparme en la generalidad democrática. Ya saben, lo de aquellos que viven en situación irregular, divorciados y vueltos a casar o parejas que nunca han querido comprometerse en matrimonio, etc. Se presiona a la Iglesia para que, en nombre de la misericordia, se les admita a la comunión, es decir para que legalice el sacrilegio. Lo primero: si tanto desean comulgar ¿por que no ponen los medios? Porque en cuanto les hablas de vivir como hermano y hermana se van buscar un cura lapso, que es en la vida espiritual algo parecido al segundo dictamen médico. Justamente ese que te dice aquello que querías escuchar. Y si no, pues te buscas un tercero y en paz. Piden misericordia a Dios -a la Iglesia,- pero ellos son inmisericordes con Dios y con su anonadamiento eucarístico. Se niegan a cambiar pero pretenden que la Iglesia cambie. Porque el que vive en situación irregular es un pecador obstinado, mantenido en el tiempo. La figura del 'pecador obstinado', de la que me confieso firme entusiasta, no es mía que conste. Es de San Pablo, en su primera carta a los corintios califica así al tipejo (no me paso, el apóstol de los gentiles se pasa mucho más que yo: le pone como no digan dueñas) que convivía con la mujer de su padre. A lo mejor ese también quería comulgar. Y este es el momento de aludir al Catecismo de la Iglesia católica, que nos viene al pelo. Punto 1447, donde se nos explica que para pecados especialmente graves, allá en los tiempos recios de la primera cristiandad, se exigía penitencia pública, a veces durante muchos años. Luego, siglo VII, los misioneros irlandeses empezaron a reducir el arrepentimiento a la penitencia privada, entre penitente y sacerdote, un par de padrenuestros y tranquilos. No sé yo… Pues bien, ¿saben qué pecados eran considerados especialmente graves, cuál exigía mayor penitencia? A saber: idolatría (hoy podríamos asimilarlo a la blasfemia, la codicia institucionalizada o la especulación de los mercados financieros, la adición al sexo), el homicidio (hoy considerado en determinados casos como un derecho, por ejemplo en el aborto) y, atención, en el adulterio. Sí, el adulterio. Ese pecado al que hoy nos referimos con bromas gastadas y sonrisas picaronas. Resulta que era considerado por los primeros cristianos como un pecado tan grave que exigía arrepentimiento y pena pública, conocida y reconocida por la comunidad. Vamos, que si 'Sálvame' fuera sincero podría convertirse en un instrumento del sacramento de la penitencia. Tranquilos, ni dicen verdad ni se arrepienten de lo que denuncian o blasonan. ¿Revela eso escasa misericordia? No, lo que revelaba era sentido del pecado y no como ahora, donde hemos llegado al cénit del orgullo: sólo tenemos un pecado, la soberbia. Pero vale por todos los demás, corregidos y aumentados. Dicho en palabras de Pablo VI: el pecado del siglo XX es la falta de sentido del pecado. Además, todo pecado es manejable; la soberbia, inaccesible. Todo pecado es perdonable menos la negación del pecado. Eso es lo que hacen quienes exigen acceder a la comunión, mientras mantienen la misma actitud en sus vidas. Es un sacrilegio pero también es un pecado de orgullo, el pecado de Adán y Eva. Eso es lo que está en juego tras el puñetero Sínodo de la Familia, la abstención de la familia y la aberración (que no ha dictado el papa Francisco, aunque muchos clérigos-cerbatana se empeñen en ello). Estamos en la orden de los penitentes, pero hay muchos hermanos lego… un poquito cabrón. Eulogio López eulogio@hispanidad.com