Cuando noto que me inunda la tristeza me precipito a la lectura de las crónicas de José Manuel Vidal, para, por ejemplo, que me explique sus teorías sobre los nombramientos en el colegio cardenalicio. Y ya me lo sé todo: resulta que el Papa Francisco ha otorgado el honor del cardenalato a obispos progresistas, geográficamente centrífugos y muy, muy renovadores, reduciendo así el poder de los "halcones". Mala gente, los halcones. Todos ellos se van a volcar en los pobres y contra la pederastia clerical, que son los objetivos primero y último de la Iglesia.

Lean al ex cura Vidal y se enterarán de que los de la pérfida Curia vaticana son los que matan a los delfines

Y naturalmente -me lo ha dicho el ex cura Vidal, o sea que va a misa- todo esto está relacionadísimo con la reforma de la Curia, la puñetera Curia, que está claro -lo dice Vidal- que son malísimos. Seguramente, los curiales son los que matan a los delfines y cosas así.

Pero hay algo que no entiendo con el solemne nombramiento de cardenales. Si será solemne que estuvo allí la vicepresidenta primera del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría (en la imagen), siempre tan piadosa, acompañada de su jefa de Gabinete, María González Pico, aún más pía.

Porque claro, ¿no se trataba de recortar el poder de la Curia? Entonces, ¿no convendría reducir el número de cardenales en lugar de aumentarlos (ya son 227, de ellos 125 electores)? ¿No quedamos en que el cargo de relevancia en la Iglesia es el de obispo, es decir, el del apostolado, y no el de cardenal (es decir, el del poder)?

La primavera de la Iglesia empieza a parecerse a la primavera árabe. Se consigue justo lo contrario de lo que se intenta: ¿Más austeridad con más cardenales? ¿Más evangelización y menos gobierno con más cardenales, es decir, con más nombramientos políticos?

Para mí que la culpa de todo la tiene el portavoz, Padre Lombardi. ¡Este Lombardi!

Eulogio López

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