Yo por la patria soy capaz de grandes sacrificios. Por ello, de este año, me dije, no pasa: me veo la Gala de los Goya. E hice el firme propósito de aguantar hasta el final: nada en el mundo podrá detenerme. Y el sacrificio no mereció la pena.

Lo único malo de los actores es que son actores y tienden a creerse sus personajes.

Lo malo de los directores, guionistas y productores es que, además de creerse su papel, se consideran responsables últimos del devenir social y de la humanidad en su conjunto. Consideran que ellos son la cultura en lugar del sentir, mucho más real, de que son el espectáculo y, en ocasiones, solo el especta-culo.

Pero todo eso ya me lo esperaba, así que no me sorprendió el numerito original de los cómicos enarbolando un "Resistiré". Ya saben, los pobrecitos embutidos en trajes de gala porque no tienen otra cosa que ponerse. Enseñando ellas el trasero, ellos la cara (mucho mejor, claro está), luchando por sobrevivir en un mundo lleno de fascistas y opresores.

Un poco más me extrañó lo del humilde pensador Pedro Almodóvar. Los pensamientos del manchego son tan profundos como sus películas. Y así salió a escena para hablar de sí mismo -lo cual extrañó mucho al foro- y para incordiar a ministro de las subvenciones culturales, José Ignacio Wert, que es un chulo, sí, pero que alguna cosa ya podría enseñarle al intelectual Almodóvar. Por ejemplo, el abecedario. Pues bien, sepan que, según el maestro almodóvar, Wert no es amigo de la cultura, él sí. Se trata de una amistad profunda que comenzara con Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón. Desde entonces, don Pedro y doña Cultura son más que amigos, son amigovios. 

Ahora bien, lo que ya me molestó un poquito es lo del presunto triunfador de la noche, el presentador Dani Rovira (en la imagen). Al parecer, se necesitaba despolitizar el acto, es decir, dejar de arrearle al PP. Por mí que hubiera seguido politizado si el recambio era el lenguaje, graciosísimo, yo es que me mondo, del actor de Ocho apellidos vascos: entre coño, cojones, joder, hostia, etc., trascurrían los inacabables minutos dedicados a exponer ingenio satírico. Al final, Rovira, un tipo de lo más gracioso, se pasó directamente a la blasfemia, quizás para demostrar que, si bien él no iba a politizar la noche, tampoco iba a privarse de mostrar que el mundo del cine es muy progresista y, por tanto, necesita ser blasfemo, grosero y subvencionado. O sea, el cine de la teta española.

Y todo ello me da pábulo para afirmar: señor Rovira, es usted un imbécil de tomo y lomo. Me asegura un compañero de mesa que, probablemente, Daniel Rovira ni supiera que estaba blasfemando. Pues eso es lo grave Lionel: que ni tan siquiera lo sabía. La única hostia que exige es la forma consagrada, Dios encarnado. Llamar puta a esa forma consagrada es un blasfemia atroz que los cristianos no tenemos por qué soportar.

Afortunadamente, parece que no soy el único en darme cuenta.

Eulogio López

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