Cuando son los papas quienes hablan del fin del mundo
Hablar del fin del mundo, del fin de la historia o de la Segunda Venida de Cristo, es hacer oposiciones a que te cataloguen como lunático, visionario o simple 'pringao'. La cosa cambia, claro, si quien toma la palabra para hablar de las postrimerías es alguien de quien se puede decir cualquier cosa menos que se trata de un rarito, de un ignorante o, sencillamente, de un majadero.
Por ejemplo, si hablamos de Benedicto XVI. Fue Ratzinger quien al no poder acudir a la apertura del año jubilar, en diciembre de 2007, envió en su representación al cardenal Iván Días. No se apuren, su intervención es tan enjundiosa como corta.
Atención al siguiente párrafo de su alocución: "Después de las apariciones de Lourdes, la Santísima Virgen no ha dejado de manifestar su viva preocupación materna por la suerte de la humanidad en sus diversas apariciones en el mundo entero. En todas partes, ha pedido oración y penitencia por la conversión de los pecadores, pues Ella preveía la ruina espiritual de algunos países (es decir, que la ruina ya se ha producido), los sufrimientos que el Padre Santo tendría que padecer, el debilitamiento general de la fe cristiana (o sea, que anda, en verdad, muy debilitada), las dificultades de la Iglesia, el ascenso del Anticristo (Sic) y sus tentativas para reemplazar a Dios en la vida de los hombres: tentativas que, a pesar de sus fulgurantes éxitos, están destinadas a fracasar".
El legado de Benedicto XVI habla del Anticristo; nos cuenta que su papel es reemplazar a Dios en la vida de los hombres, que terminará por fracasar -tras 'fulgurantes' éxitos-. Supongo que no se puede hablar más claro y con tanta sencillez. Así debería ser en toda ocasión, por dos razones: la segunda venida de Cristo no es una teoría, sino un dogma de fe que rezamos en el Credo y que figura en el catecismo de la Iglesia.
La segunda razón es que todo el mundo tiene sarcasmo cuando habla del fin del mundo, pero todo el mundo, generalmente los mismos del sarcasmo, se refieren a una civilización loca, a punto de estallar. Es lo mismo: tanto laicos como creyentes ofrecen idéntico diagnóstico, algo parecido a "esto se acaba".
Eso sí, discrepan en cuanto a su consecuencia. Los cristianos, por confianza en Dios, sabemos que la Segunda Venida es algo bueno, no malo, aunque vaya precedida de una limpieza probablemente dolorosa. Ahora bien, que esto no aguanta, es conclusión casi universal. La podredumbre ha llegado demasiado alto. En cualquier caso, el fin del mundo no es un fin, es el principio.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com